Era un martes a las 11:00, el centro comercial estaba prácticamente
vacío, y las tiendas estaban abiertas. Nada que ver con un sábado a las 18:00.
Acababa de escaparme un rato de mi empresa, para dar una
vuelta por ahí, vestido con mi traje oscuro, mi camisa gris, y una corbata,
siempre elegante.
Tras dar una vuelta, me dirigí a una tienda de ropa intima
femenina, de esas en las que se ven las ultimas tendencias en braguitas y
sujetadores. Me gusta ver prendas que puedan usar mis sumisas.
Nada mas entrar, pude ver que no había nadie en la tienda,
lo cual era normal viendo la poca afluencia que había en el centro comercial.
Al final, un mostrador con una dependienta que parecía estar jugando con un
rotulador. La muchacha tendría unos 24 añitos, morena, pequeñita, con cara de
buena niña, y una coleta larga. No pude verla muy bien porque le tapaba el
mostrador, pero sí pude fijarme en que tenia unos pechos generosos y erguidos,
justo como a mí me gustan.
Mi condición de Amo vicioso y morboso me empujó a acercarme
a ella, con cualquier excusa, para verla mejor. Ella seguía con su rotulador,
cuando le pregunté por un conjunto de braguitas, sujetador, liguero y medias
que había detrás suyo. Al girarse para ir a enseñármelo, pude ver su rico culo,
respingón, redondo, precioso, debajo de una faldita corta que le marcaba la
silueta. Ese culo debía ser Mio, quería que fuera Mio.
Al volverse a girar, la chica se percató de que le miraba el
trasero, y su voz cambió, se puso nerviosa. Continuó hablándome, pero no pudo
evitar notar que yo estaba mirándole las tetas. Más nervios aún.
Tras un par de preguntas, decidí comenzar a jugar con ella.
Le pedí un segundo conjunto, igual de atrevido que el anterior. Me miró a los
ojos, y se volvió a girar para buscar lo que yo le había pedido. Esta vez tardó
más, dejándome mas tiempo para admirar su trasero, redondo y hermoso.
Ahora ya no disimulé, quería que ella viera como le miraba
el culo. La miré a los ojos, la volví a mirar a los pechos, turgentes, y pude
notar como se ponía cachonda con la situación.
- "Ahora me gustaría ver aquel de allí arriba.",
le dije señalando un conjuntito que había arriba de todo.
- "Sí, señor, tendré que agarrar una escalera."
Se tomó todo el tiempo del mundo. Se paseó por la tienta,
trajo la escalera, la colocó, subió los escalones uno a uno, permitiendo que yo
pudiera ver su cuerpo.
- "¿Estás segura en esa escalera? ¿Quieres que te aguante?".
Ella me miró y tímidamente soltó un 'Sí', como si le diera
vergüenza pedirlo.
Me acerqué por detrás, y tras acariciar sutilmente sus
piernas, coloqué las 2 manos justo debajo de su culo, agarrando sus piernas,
pero con los dedos gordos entre sus piernas, de manera que se colaban por
debajo de su minifalda, en dirección a su zona íntima.
Estaba claro que a ella le gustaba la situación, porque
tardó más de 3 minutos en descolgar el conjunto, tiempo que aproveché para
acariciar, con mis dedos, esa zona intima que tanto deseaba.
Fue al bajar, al girarse, cuando pude ver sus pezones duros
y firmes. Ella no podía mirarme, le daba una cierta vergüenza todo aquello, a
pesar de estar cachonda perdida. No había duda de que debía tomar las riendas
de la situación.
Me acerqué a ella, sin mediar palabra, agarré sus dos pechos
con suavidad, para masajearlos un rato.
- "Mírame a los ojos, preciosa", le dije.
Me encanta pellizcarle los pezones a mis sumisas mientras me
miran a la cara. Quiero que vean mi cara de cabrón, que noten el vicio y la
perversión en mis ojos. Así también puedo mirarlas yo, y ver como se ponen
calientes. Aquella niña estaba como una moto, cachonda perdida, y muy nerviosa.
Nunca había hecho aquello.
- "Vamos adentro, putita mía.".
Justo detrás del mostrador había una puerta que llevaba al almacén.
Allí, había una mesa donde doblaban las prendas. Sin preguntar nada, la tumbé
boca arriba, en la mesa, de manera que su chochito quedaba en el borde.
Le subí la falda, y bajé sus braguitas, dejando al aire su
coñito depilado. Rápidamente, comencé a acariciarlo con mis dedos, mientras
usaba mi otra mano para desabrochar mis pantalones. Mi dedo corazón entraba y salía
de su chochito mientras yo bajaba mis pantalones y calzoncillos.
Sus gemidos se oían levemente, se notaba que intentaba no
hacer demasiado ruido. Cuando noté que estaba ya suficientemente mojada y
excitada, introduje mi polla, dura y tiesa, en su joven vagina, lo que hizo que
soltara un gritito de placer... Ella seguía boca arriba, en la mesa, con sus
piernas sobre mi pecho, y yo empujaba y empujaba sin piedad, poseído por la
situación.
Al notar que ella incrementaba el nivel de sus gemidos, opté
por introducir en su boca unas braguitas que había por allí, y continué con mi
trabajo. Tras un rato embistiendo a aquella muñequita, agarré sus piernas y las
deslicé hacia la derecha, dirección a la mesa, hasta que ella quedó tumbada de
lado, en posición fetal, y con mi polla bien dentro. Lo que se llama la posición
del Tornillo.
Inmediatamente, a ella se le abrieron los ojos como platos,
del placer que le dio aquella posición. Suavemente, comencé a penetrarla,
aumentando el ritmo y la intensidad, hasta que no pudo más y se corrió como una
perra. Sus gemidos, ahogados por las braguitas que llevaba en la boca, me parecían
maravillosos, y me ponían aún más berraco. Continué empujando, como un animal,
provocando que ella se volviera loca de placer.
Tras un segundo orgasmo en la misma posición, la obligué a
ponerse a 4 patas, con las piernas en el suelo, y su cuerpo encima de la mesa.
Iba a montarla.
Agarré con fuerza de su coleta, y volví a clavar mi miembro
en su chochito, mojado completamente.
- "Ahora, como buena perra que eres, te voy a
montar".
Fue en ese momento cuando pude ver que todavía llevaba el
dichoso rotulador en la mano, no lo había soltado ni un segundo. Eso me
encendió una bombilla. Paré un momento, agarré su rotulador, y tras escupir en
su ano con la idea de lubricarlo bien, introduje el aparatito en su culo, hasta
el fondo.
Estaba claro que su culo no había sido utilizado hasta
entonces, por los gemidos y los gritos que daba, pero después de un par de
minutos sodomizando su culo, volví a agarrarla de la coleta, y sin sacar el
rotulador de su culo, clavé mi pene en su conejo, otra vez.
Estaba claro que aquella era la primera vez que la follaban
por los dos agujeros. A cada embestida, mis huevos golpeaban su clítoris y mis
ingles golpeaban aquel rotulador, que poco a poco iba entrando más y más en su
culito. No tardó mucho en correrse una tercera vez, presa del deseo y de la
excitación absoluta, y fue entonces, justo cuando yo ya estaba a punto de
correrme, cuando sonó el jodido timbre de la tienda.
- "Ding dong, Ding dong...".
Alguien había entrado en la tienda. En seguida me di cuenta
que ella no estaba para atender a nadie, o sea que subí mis calzoncillos y
pantalones y salí al mostrador, por si acaso.
Una mujer, de mediana edad, estaba mirando las medias, al
principio de la tienda. No daba la sensación de que fuera a comprar, e imagino
que ver a un hombre allí tampoco inspiraba mucha confianza.
Mi polla, dura como una piedra, necesitaba correrse, así que
giré un poco la cabeza, e hice un gesto a la dependienta para que viniera hasta
mí. Ella, a gatas, salió del almacén y se colocó justo debajo del mostrador,
conmigo delante. Tras mirarla a los ojos, señalé mi paquete y le susurré que me
la comiera.
Aquella chica, tímida inicialmente, había dado paso a una
perra de cuidado, y tras haberse corrido 3 veces, quería premiarme con una
buena mamada. Desabrochó mi pantalón, bajó mi bragueta, y sacó mi hermoso
miembro fuera.
Agarró mi polla con la mano, y comenzó a pasar su lengua por
el capullo, sin pausa, sin detenerse, provocando en mi una excitación y un
calentón increíbles. Yo agarré otro rotulador que había por allí y me puse a
disimular haciendo como si calculaba yo que sé, mientras la clienta seguía curioseando
por la tienda.
Mi nueva putita decidió entonces meterse mi polla al
completo en su boca, buscando su leche, su premio. Comenzó a mover su cabeza
alante y atrás, mientras movía su lengua alrededor de mi glande, y sus manos
acariciaban la base de mi polla y los huevos. Volvía a estar a punto de
correrme, cuando la señora clienta, de lejos, me hizo una pregunta.
- "¿Son de esta temporada, las braguitas?”
Y justo entonces, mientras la señora me miraba y yo la
miraba, exploté de placer y un chorro de mi semen inundaba la boca de la
dependienta, oculta bajo el mostrador. Ella, que no esperaba aquel chorro, se
atragantó y soltó un par de tosidos, para expulsar mi leche fuera.
Era obvio que la mujer había oído la tos de la dependienta,
pero no veía a ninguna mujer, y rápidamente dirigió su mirada al mostrador. No
dijo nada, pero lo entendió todo.
- "Bueno, ya volveré en otro momento", dijo ella
antes de marcharse.
Al apartarme del mostrador pude ver a mi nueva perrita, con
mi leche chorreando por la barbilla, y con cara de haber sido follada hasta la
extenuación. Tras limpiar mi polla con su lengua, acaricié su cabeza, y le
dije:
- "Me gusta esta tienda, preciosa. No dudes que volveré
a comprar aquí.".
Lamentablemente, aunque volví la semana siguiente, aquel ángel
ya no trabajaba allí, había desaparecido.
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