Segunda sesion de mi sumisa maya: Lluvia dorada.

Pensé que por ser la segunda sesión estaría más tranquila que en la primera, pero no fue así. El hecho de no haberle visto nunca hacía que estuviera como un manojo de nervios, plantada en medio de la calle, a la puerta de un parking, con mi vestido de tirantes por los tobillos, mi coleta y sin saber qué hacer con las manos. Cuando de pronto, justo a la hora en punto su voz sonó a mi espalda y se evaporaron todos los nervios.


- "¿Vamos, maya?" No le hacían falta más que esas palabras y él lo sabía. Lo seguí hasta el ascensor de un edificio cercano y apenas cruzamos palabras, pero sí miradas. Sentía sus ojos recorrer mi escote y mi falda y eso me ponía cachonda perdida.



Llegamos al piso, él picó a un timbre e inmediatamente una chica encantadora nos abrió la puerta y nos guió hasta una habitación. Lo primero que llamaba la atención era una inmensa cama redonda con sábanas blancas, y una bañera de hidromasaje junto a ella. Toda la estancia estaba sutilmente iluminada y rodeada de espejos por todos sitios.



El Profesor se situó a mi espalda, pegando su polla a mi culo, y me agarró del pecho, mientras susurraba a mi oído:

- "Me gustan mucho tus tetas, maya".

- "Gracias, mi Domine" –susurré yo, mientras intentaba quedarme quieta y sentía como mis pezones se endurecían al instante bajo el sujetador.



Sentía la verga de mi Domine dura bajo el pantalón, frotándose contra mis nalgas mientras me apretaba los pezones por encima de la tela. Me encantaba sentirlo así, excitado y duro, frotándose contra mí… Entonces levantó la falda de mi vestido hasta la cintura, descubriendo las nalgas, apenas cubiertas por un tanga negro. Las acarició, las pellizcó y las azotó un poquito. Adopté la posición para recibir esos azotes, apoyando mis manos sobre el colchón delante de mí, exponiendo mi culo a los deseos del Profesor. Él, al ver mi gesto se encendió, y me azotó con más fuerza, en una y otra nalga, una y otra vez. Yo lo miraba a través de los espejos…



Me excitaba mucho verlo y sentirlo así. En determinado momento el Profesor se separó de mí y me ordenó:

- "Como buena sumisa debes aprender a desnudarme, maya. Hazlo ahora".



Yo lo hice despacio y con cuidado; camisa, zapatos, pantalones… Una vez colocados adecuadamente en el armario, fui a quitarle el calzoncillo, arrodillándome para hacerlo. Cuando lo bajé, el falo enhiesto del Profesor me golpeó la cara y yo me rocé con él todo lo que pude mientras le ayudaba a sacar los pies de la prenda. Tras ello, me puso delante de sí y volvió a sobarme

las tetas por encima de la tela, pellizcando un poco los pezones esta vez, volviéndome loca de excitación.

Me bajó los tirantes y yo me acabé de bajar el vestido quedando en ropa interior ante él. Giró a mi alrededor observándome, me volvió a azotar el culo otro poquito y me desabrochó el sujetador e hizo que acabara de desnudarme. Mientras jugaba un poquito con mis pezones, ahora ya desnudos, me iba dando instrucciones para lo que iba a pasar. Me decía que debía estar quieta hasta que él lo ordenara, que me iba a follar como él quisiera, que yo debía ser una buena perra y obedecer, que lo primero que haría sería lavarlo bien, pues no había tenido oportunidad antes de nuestro encuentro. A todo ello yo solo podía contestar "Sí, mi Domine" y la verdad es que me moría porque todo eso sucediera cuanto antes.



Fuimos a la ducha del servicio y, con toda la suavidad de que fui capaz, lavé el cuerpo del Profesor, acariciando su cuello, sus brazos, su torso y su espalda. Luego me puse de rodillas para poder dedicarme a su sexo con mis sentidos, como él merece, y disfrutando mientras imaginaba como iba a degustar cada milímetro de su piel en breves instantes. Puse el mismo cuidado en enjuagar el jabón y en secar delicadamente su cuerpo. Luego me ordenó volver a la cama.

- "A cuatro patas encima del colchón, maya". –el Profesor Domine sabía que no le hacía falta levantar la voz para que yo obedeciera.




Estando así, mirándolo a través de los espejos, ofreciendo mis agujeros a mi Domine, él cogió la bolsa que había traído conmigo y fue sacando los dos consoladores y la crema que había pedido que llevara. Cogió sorprendido el más pequeño de ellos, que aun así era bastante grande y me preguntó:

- "¿Tú crees que todo esto va a entrar en tu culito, maya?"

- "Yo creo que sí, Profesor".

- "Vamos a verlo" –dijo sonriendo mientras le ponía crema al consolador y a mi culo.



Sin pensarlo ni dos segundos empezó a meterlo directamente, arrancándome algún quejido que yo intentaba controlar. Veía en los espejos cómo mi culo perforado temblaba un poquito, pero mi Domine siguió metiéndolo despacio hasta que dejó de doler y lo mantuvo ahí quieto. Luego cogió el otro consolador, más grande, y mirándolo me preguntó:

- "¿Crees que necesitamos crema para esto?"

- "No, mi Domine, no lo creo" –dije yo, sabiendo que mi excitación ya me tenía absolutamente empapada.



Él me hizo chuparlo un poquito e inmediatamente me lo metió hasta el fondo por el coño. Ahí yo empecé a gemir sin control. No quedaba ningún dolor cuando el Profesor empezó a moverlos dentro de mí a voluntad, solo placer que me volvía absolutamente loca.

- "Aún te queda un hueco por llenar, maya; acerca aquí tu boca" –y yo retorcí mi cuerpo para meter la polla dura y húmeda del Profesor entre mis labios.



Sentir su sabor, su movimiento, la masturbación de mi coño y mi culo de forma alternativa, incesante, ver todo eso, me llevó al borde del orgasmo en apenas un instante.

- "Por favor, mi Domine, necesito su permiso para correrme como una puta".

- "Está bien, sumisa, córrete como la puta que eres".



Y lo hice. Entonces mi Domine me ordenó cambiar de postura para poder chuparle los huevos como a él le gusta, y lo hice, deleitándome con su peso y su forma rodando sobre mi lengua, todo el tiempo que me dejó, alargando de vez en cuando la lengua para alcanzar su culito.



Después de un ratito decidió que quería follarme el coño él mismo; de nuevo a cuatro patas sobre el colchón, sacó el consolador que tenía ocupando el agujero y embistió con fuerza, volviéndome loca de placer. Estaba gimiendo, deshaciéndome en pura agua, no podía aguantar más, así que le volví a pedir permiso a mi Domine.



- "Córrete, perra, te lo has ganado" –dijo él mientras cogía mi pelo y lo usaba como rienda para embestir con más fuerza si cabe.



Lo hice mirándole a los ojos a través de los espejos, con mi culo penetrado por el consolador, la polla de mi Domine hundida hasta el fondo, sus huevos impactando contra mi clítoris, su mano en mi pelo y mis tetas bailando sin control sobre las sábanas.



Luego el Profesor me volvió a meter el consolador en el coño e hizo que me pusiera de rodillas para follarme la boca. Tuve todo el cuidado que pude con mis dientes, ya que sé que a él le molesta especialmente sentirlos, pero supongo que aún me falta algo de práctica. Aun así, me dejó continuar chupándosela, hasta que se corrió en mi boca, y aún después, acariciándola con mi lengua y mis labios, tragando, mirándole a los ojos, sintiendo su dominio, tratando de encontrar una gota más de mi premio.



Con todo ese movimiento el consolador de mi culo se había escurrido hacia fuera, y cuando todo acabó, le pedí permiso a mi Domine para ir a lavarlo. El Profesor me siguió al servicio, y mientras caminaba y lavaba el juguete, él comprobaba que el otro siguiera en su sitio, bien metido dentro de mi coño.

- "Éste no lo has sacado ¿eh, puta?"

- "No, mi Domine, usted no me ha dado permiso para sacarlo".



Me pareció una buena excusa, pero al Profesor no pareció convencerle demasiado; rio abiertamente, me cogió de la coleta y me dijo:

- "Ven aquí, zorra –guiándome hacia la ducha que había junto al servicio".



Me puso de rodillas, aún con el consolador metido por el coño, mirándole directamente, y él cogió su pene y empezó a mear encima de mí. Me cogí las tetas para ofrecerlas a su chorrito caliente, poniendo un pezón justo en su camino y alternándolo con el otro por momentos. Levanté la mirada para ver en sus ojos el placer que le proporcionaba mear sobre su perra y esa mirada, sentirme así de puta, hizo que me pusiera aún más cachonda. Tanto flujo expulsaba que el consolador acabó escurriéndose hacia fuera, pero no importó. Creía que ya había acabado, y permanecí mirándole esperando su siguiente orden, cuando volvió a empezar, pillándome por sorpresa esa nueva lluvia. Nunca lo había sentido y resultó ser una experiencia tremendamente morbosa para mí.




Cuando por fin terminó, el Profesor me ordenó volver a lavarlo, tan suavemente como lo había hecho al principio, y lavarme yo también, y así lo hice. Después de secarnos y vestirnos, salimos de aquella habitación, me dio un solo beso y cada uno siguió su camino. Pero al llegar a casa tenía un correo esperándome en el ordenador:



"El próximo día quiero mearme en tu cara…"

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