Masajista particular por un dia



Me apunté al curso de masajes por mi mujer. Ella sufre de las cervicales, y yo decidí dar un curso para aprender a dar masajes. Al final, si cada semana tenía que recibir uno, eran 30 euros que gastábamos. No parece mucho, pero 30 euros semanales, al final del año son 1500.

Yo nunca había dado un masaje a nadie que no fuera mi mujer, pero solía pasar por el centro en el que me dieron el curso, a charlar con Carlos, el profesor. Cuando lo vi aquel dia tenía mala cara, no se encontraba bien, y me dijo que quería ir al médico, pero que había un problema. En 10 minuots le llegaba una paciente nueva y no quería quedar mal con ella.

- Necesito que des el masaje por mí, amigo. Cubre mi puesto mientras yo voy al médico. Hazlo como un favor, y quédate el dinero.

Me pilló de sorpresa, pero lo vi tan apurado que no pude decirlo que no. Yo no necesitaba el dinero, pero tampoco quería que mi colega perdiera una posible clienta.

- Claro, Carlos, yo te cubro.

Así pues, se marchó al médico y apenas 5 minutos después sonaba el timbre de la consulta. Una mujer, elegante, de unos 40 años, y con gafas de sol, apareció tras la puerta. Tras mirarme de arriba a abajo, preguntó por Carlos.

- Carlos tuvo que marchar al médico, señora, se encontraba indispuesto.

Sin decir nada, volvió a repasarme con su mirada, de arriba a abajo, lo cual me hizo sentirme desnudado. Se notaba que le gustaba hacerse la importante, y desde luego no iba a ser yo quien la sacara de su error. Entró en la consulta, se sacó las gafas y el abrigo. Yo cerré la puerta, y la acompañé a la sala.

Mientras preparaba la camilla, toallas, y aceite, pude ver como ella se desnudaba por completo, delante de mí. No tenía ninguna intención de ocultar su cuerpo, e incluso se notaba que disfrutaba mostrándomelo. La verdad es que tenía motivos para estar orgullosa, tenía una maravillosa figura.

Tras tumbarse en la camilla, desnuda, coloqué una toalla sobre sus nalgas, para taparla un poco. Yo había recibido algun masaje y sabía que la toalla se colocaba allí. Sin embargo, para mi sorpresa, ella sacó la toalla y la tiró al suelo, dejando al aire su magnifico culo.

- Quiero un masaje diferente, en los glúteos - me dijo con una voz cálida pero contundente.

Aquello estaba tomando un tinte sexual un tanto extraño para mí, pero era mi primer masaje, y no iba a decirle que no sin saber mucho de que iba aquello, o sea que accedí.

Tras poner un poco de aceite en mis manos, y dar un breve masaje en la espalda, me centré en sus nalgas. El tacto inicial fue excelente, tenía un culito duro y respingón, y mis manos comenzaron a acariciar, primero con dulzura, y luego más fuerte sus glúteos, masajeándolos.

Coloqué las manos en la parte superior de las nalgas y empujé hacia arriba y hacia fuera, siguiendo la redondez natural de su trasero. Eso ayuda a liberar la tensión de la columna y abre los músculos inferiores de la espalda.

Continué la fricción hacia afuera, con movimientos circulares, buscando que se relajara. Coloqué mis manos más abajo, entre sus piernas, empujando las nalgas hacia arriba y masajeando su músculo glúteo.

Tras 10 minutos de trabajo, reconozco que yo andaba ya medio excitado, pero lo que pasó entonces me sorprendió un poco. Tras girar la cabeza y mirarme de reojo, abrió ligeramente las piernas, mostrándome ligeramente su rajita.

- Busca

Aquella orden, la que siempre le das a un perro, me dejó sorprendido, no sabía entender lo que me estaba pidiendo. ¿De verdad quería que le metiera mano?

- Busca, perrito, busca... - me repitió mientras me miraba de reojo.

Aquella nueva orden ya no dejaba ninguna duda, quería que acariciara su conejito. Tras dudar unos segundos, volví a masajear sus glúteos, pasando mi dedo gordo más cerca de la raja de su culo. No tardé mucho en comenzar a masajear su ano. Viendo ella que yo no me lanzaba del todo, separó un poquito más las piernas, ofreciendo ahora sí su coñito depilado, y repitiendo de nuevo su orden.

- Busca, perro. Busca...

Con todo aquello yo ya había trempado completamente, y mi polla estaba dura como una piedra. Normalmente, yo la habría enviado a la mierda por hablarme así, pero en aquel momento decidí que si quería jugar, íbamos a jugar. Con cuidado, deslicé mi mano entre sus dos nalgas, camino de su coñito, ya mojadito, notando tu humedad y su calor.

- Mmm... Mastúrbame, perro. Hazle una rica paja a tu Ama.

Aquello me puso como una moto, ya. Aquella guarra me estaba vacilando. Tras subir mi mano izquierda, otra vez por sus nalgas, hasta alcanzar su culito, clavé el dedo corazón en su culo, metiéndolo hasta el fondo.

- Aaaahhh... - gritó ella.


Aquello le pilló por sorpresa, no se lo esperaba. Tras girar la cabeza para mirarme, yo comencé a mover la mano, adentro y a fuera, mientras con mi otra mano comencé a realizar un movimiento circular sobre su clítoris.

Tras unos segundos compaginando los dos movimientos, pude ver como su cara había cambiado completamente, mostrando un gesto de placer evidente. Sin dejar de mover mi dedo corazón izquierdo en su culito, introduje suavemente el derecho en su coñito, hasta el fondo también.

Ella, que ya había abierto las piernas completamente, jadeaba como una perrita en celo. Yo, que no había dicho ni una palabra desde el 'Hola' inicial, tenía un dedo hundido en el culo de aquella mujer, y otro en su coño.

Viendo como estaba de cachonda mi paciente, no dudé en meter un segundo dedo en su coñito, incrementando así la intensidad de sus gemidos. Sus gritos me ponían cachondo perdido, y se iban sucediendo con mayor ritmo. Yo continuaba con mi ritmo, cada vez más alto, metiendo y sacando sin parar mis dedos en sus orificios, y provocando que la guarra de mi partenaire quedara al borde del orgasmo.

Y fue justo entonces, cuando ella estaba a punto de correrse, cuando saqué bruscamente las manos de su coñito y de su culito, y paré aquel baile sexual. Ella, mojada completamente, se giró y me dijo:

- Noooooo... ¿Se puede saber por qué coño paras? Estaba a punto de correrme, perro. Acaba tu trabajo.
- Ni de coña, mala puta. Si quieres correrte, deberás pedirme que te folle.
- Que coño, yo soy la clienta y tu el masajista, para eso te pago. Haz tu trabajo.
- Eso es lo que tú te crees, zorra, pero yo no cobro por esto. Yo no hago masajes por dinero, y si quieres correrte deberás pedirme que te folle.

Tras un breve instante mirándome a los ojos, y darse cuenta de que iba en serio, no tardó mucho en responder:

- Está bien, cabrón, fóllame, pero hazlo como dios manda.

Sonreí, bajé mis pantalones, mis calzoncillos, y mi polla, dura y tiesa como una piedra asomó por debajo de mi camiseta. Agarré a mi clienta, y tras bajarla de la camilla y apoyarla en ella, clavé mi herramienta hasta el fondo de una estocada. No me extrañaría que el gritó que pegó se oyera fuera de la tienda, pero me dio igual.

Comencé a cabalgarla como si estuviera poseído, mis embestidas la hacían gritar de placer, y no tardó ni 30 segundos en correrse de lo mojada que iba. Tras su primer orgasmo decidí entonces agarrarla del pelo y follarla como a la puta que era. Si quería correrse lo iba a hacer, 3 o 4 veces, pero como yo quisiera, no como ella había pensado.

Sus gemidos se hacían más intensos, y yo continuaba embistiéndola mientras estiraba de su cabello. Su cuerpo, arqueado y penetrado con violencia, se agitaba de placer al ritmo de mis empujes. Mi polla entraba y salia de su coñito sin darle tiempo a descansar, con lo que ella no salia de su excitación continua.

Así pues, no tardó mucho en llegar al segundo orgasmo. Esta vez, su gemido sonó más apagado, como si estuviera al borde del éxtasis.

A mí me daba igual, yo todavía no me había corrido y no tenía intención de dejar de follarla hasta que yo me corriera. Sus gritos, cada vez más graves, me excitaban más y más, y opté por incrementar el ritmo y la fuerza, provocando que a aquella mujer le temblaran las piernas.

Un par de minutos después, coincidiendo con su tercer orgasmo, y estando yo a punto de correrme, saqué mi pene de su coñito, y un chorro de semen salió disparado de mi polla, camino de sus nalgas. Ella ya había llegado al éxtasis, y sus piernas apenas la aguantaban de pié. Continué esparciendo mi leche por sus glúteos, aquellos que quería que yo masajeara. Después de un buen masaje, un poquito de leche no va mal.

Ella había vuelto a subirse a la camilla e intentaba recuperar el aliento. Yo, tras limpiar mi polla, y volver a vestirme, me quedé un rato mirando mi obra.

- Llegaste a mí haciéndote pasar por una señora, y te vas como la puta que siempre fuiste. Este servicio es gratis, perra. Vístete, sin limpiarte mi leche, y lárgate.

Pude ver como se vestía, con su culo manchado con mi semen, y como marchaba por la puerta, no sin antes darme las gracias.

Un mes más tarde me enteré de que aquella perra había preguntado un par de veces por mí a Carlos, y mi colega le había dicho que realmente yo no me dedicaba a eso. Simplemente, yo había sido su masajista particular por un día.  


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