Quiero ser violada



Por distintos motivos, aquel día mis sumisas no podían quedar conmigo. La primera tenia la regla y andaba bastante pachucha, y la segunda estaba de médicos, con su hija. La cuestión es que eran las 12 del mediodía, yo andaba cachondo, y no había esperanzas de poder follar aquella tarde. Y la verdad es que me apetecía ser malo, muy malo.

De repente, un correo apareció en el email del Profesor Domine:

"Llevo días leyendo tus relatos y tus sesiones con tus sumisas. Estoy cachonda y quiero ser violada".

Sonaba bien, muy bien. Rápidamente, respondí a ese correo:

"Dime donde vives, tu edad, y si tienes libre hoy, a las 4 de la tarde".

Apenas dos minutos más tarde, recibí la respuesta.

"Vivo en Mataró, tengo 40 años y a las 4 de la tarde podría estar donde usted quiera. Continúo muy cachonda"

Aquel email me alegraba el día, parecía que al fin podría follar esta tarde.

"Quiero que llames al Hotel Catalonia Plaza, en Barcelona, y que reserves una habitación a tu nombre. Tú pagarás la habitación. Y quiero que me des tu teléfono. A las 4 de la tarde, yo te llamaré, desde el vestíbulo del hotel, para que me des el número de la habitación. Cuando suba, deberás recibirme desnuda, y la habitación debe estar a una temperatura adecuada para violarte."

Otros dos minutos más tarde, recibía la respuesta:

"Como usted ordene, Profesor. A las 4 de la tarde estaré desnuda en la habitación del Hotel Catalonia Plaza, en Barcelona. Mi teléfono es el 555.123.456. Allí le espero."

Aquello prometía. Era viernes, y como cada viernes, salía de trabajar a las 2 de la tarde. Tiempo suficiente para comer, y acercarme al hotel. Sólo era necesario que ella estuviera allí y que no fuera todo una farsa.

A las 4 de la tarde, en punto, me encontraba en el vestíbulo, llamando a su teléfono:

- Riingggg...Riingggg...
- Hola. - Su voz sonaba entrecortada, nerviosa.
- Hola, perrita. Soy el Profesor Domine. Dame el número de tu habitación y en 1 minuto estaré delante.
- Sí, Profesor. Es la 719.
- Perfecto, ahora subo.

Apenas unos segundos después me encontraba en su habitación. Ella estaba desnuda, completamente, en el centro de la habitación. Delante de ella, abrí mi maletín, y saqué con calma una serie de objetos de dentro: 2 juegos de cuerdas, unas pinzas, una mordaza, una venda para los ojos, un bote de aceite lubricante y dos consoladores, de distinto tamaño. Pude notar cómo se excitaba a medida que le enseñaba los objetos.

- Ahora voy a violarte, perrita. ¿Estás de acuerdo?
- Si, Profesor Domine.

Perfecto, eso era lo que yo quería oír. Coloqué primero dos almohadas en el centro de la cama, para poder colocarla a ella, cómodamente. Antes de comenzar, repasé su cuerpo de arriba a abajo, con parsimonia, sin prisas. Acaricié su culo, sus pezones, y su coñito, ya mojado. Azoté un par de veces su culo, y me detuve delante de sus pechos. Tras pellizcarlos ligeramente, coloqué las pinzas en cada uno de sus pezones, ya duros y erectos. Un gemido salió de su boca.

- Silencio. No te he dado permiso para hablar, puta.

Un par de azotes, más fuertes, acompañó la orden. Ella calló y me miró, asustada y cachonda perdida.

- Ahora túmbate en la cama, boca abajo, con tus caderas encima de las almohadas, de manera que tu culo y tu coñito queden elevados, a mi disposición.

Así lo hizo. Se estiró en la cama, boca abajo, con las dos almohadas bajo sus caderas. Su culo quedaba subidito, ofrecido, redondito y respingón, preparado para ser azotado y usado.

Sin mediar palabra, agarré primero una cuerda, y até sus piernas con fuerza, para que no pudiera patalear. Podía escuchar sus gemiditos de fondo. Las pinzas en sus pezones hacían su trabajo, y el estar tumbada boca abajo hacia que su presión fuera más intensa aún. Aproveché el momento para azotar un par de veces cada nalga, con fuerza.

Volví a la mesa y agarré la otra cuerda, para atarle las manos. Ahora ya era mía, la tenia atada de manos y pies, y no podía moverse. Tras otro par de azotes más, aproveché para acariciar su coñito, separando las nalgas de su culito...

- Estas mojada, puta. Las mujeres como tú, de cuarenta y tantos, necesitan que de vez en cuando las follen como a perras, que las violen de verdad.

Nuevamente en la mesa, agarré la mordaza y la venda. Me subí de nuevo en la cama, y vendé sus ojos, con cuidado. No hacía falta hacerle daño, solo impedir que viera, para intensificar así sus sentidos. Igualmente, coloqué la mordaza en su boca, impidiendo que pudiera hablar.

- ¿Sabes lo que pareces?  Pareces un paquete, amordazada, vendada, y atada de manos y pies. Ahora eres mía, zorra, y voy a hacer contigo lo que me de la real gana.

Zasss... Zasss... Dos nuevos azotes, en su culo, comenzaban a dejar un todo rojizo en su trasero. Aproveché para sacarme los zapatos y la camisa.

Zasss... Zasss... Otros dos, más fuertes, la hicieron gemir. Ahora sus grititos sonaban mas ahogados, se notaba que la habían amordazado. Tras acercarme a la mesa otra vez, agarré el lubricante y el consolador más pequeñito.

Separé de nuevo sus nalgas, eché un chorro de aceite en su ano, y comencé a introducir lentamente el dildo en su culo, hasta que entró por completo. Sus gritos ahogados se intensificaron, lo cual me obligó a azotarla otra vez.

- Te he dicho que te calles, perra. Un artista necesita silencio cuando realiza su obra.

Tras sacar mis pantalones y mis calzoncillos, volví a la mesa para agarrar el último objeto, otro consolador de mayor tamaño, que utilicé para penetrar su coñito. Estoy seguro que aquella era la primera vez en que aquella mujer era follada a la vez por delante y por detrás.


Sus gemidos eran intensos, y se la veía sudando y retorciéndose como buenamente podía. Estaba al borde del orgasmo, y a mí me apetecía hacerla sufrir. Un par de pellizcos, fuertes, en su culo, y una tanda de 10 azotes, lograron que su culo quedara completamente rojo, adolorido, como a mí me gustan.

Volví a agarrar los dos consoladores, y a moverlos con fuerza, metiéndolos y sacándolos, provocando un estado de excitación incontrolable para aquella mujer. No tardó mucho en correrse, pude notarlo en sus gestos y sus sonidos, pero yo no iba a parar. Quería que su coñito acabara irritado, así que continué follando sus dos agujeritos sin piedad durante unos 3 o 4 minutos, lo que provocó un segundo orgasmo en mi nueva putita.

- ¿No querías que te violaran, guarra?  Pues ahora vas a saber lo que es una polla como dios manda.

Con cuidado, me subí encima de ella, y coloqué una pierna a cada lado de su cuerpo, de manera que mi polla quedara en el sitio perfecto para penetrarla. Saqué el consolador que tenía en su vagina, y de una estocada, clavé mi rabo hasta el fondo. Ella gritó de placer, un gemido agudo y alargado, como si estuviera a punto de estallar.

Rápidamente, comencé a bombear, encima de ella. Apoyé todo mi peso encima de su cuerpo, para clavar aún más mi pene en su cuerpo. A cada embestida mía, golpeaba con la ingle el otro consolador, que se clavaba aún más en su culito. Era como si la taladraran a la vez por los dos agujeritos...

Pasé 4 o 5 minutos follándola, como a una perra, sin piedad, lo que provocó que ella estallara de placer otra vez. Ya se había rendido completamente, y ya no ofrecía ningún tipo de resistencia. Los azotes, pellizcos y orgasmos la tenían extasiada totalmente.

Era el momento de un descanso. Mi polla continuaba dura como una piedra, y necesitaba un trago. Coloqué otra vez el consolador grande en el coñito de mi presa, y azoté de nuevo su culo rojo. Me acerqué a la nevera, y saqué una cerveza. Me apetecía un trago.

Mientras bebía, se me ocurrió otra maldad más... Volví a por mi perrita, y apliqué una nueva tanda de azotes, a su culo maltrecho, mientras movía nuevamente los dos consoladores. Metí las manos debajo de su cuerpo para apretar un poquito más las pinzas de sus pezones, mientras terminaba mi cerveza.

- ¿Tienes sed, puta?  Sé que quieres beber, y que te apetece una cerveza.

Sin dar tiempo a descansar, saqué el consolador de su vagina e introduje el cuello de la botella hasta el fondo. El tacto frio de la botella con su chochito provocó que un espasmo recorriera su cuerpo entero. La estaban follando con una cerveza. Tras moverla un ratito, lubricando bien la botella, introduje con cuidado el objeto hasta casi el fondo, provocando que sus gemidos aumentaran.

Llegaba el toque final. Yo quería correrme. Volví a colocarme encima de ella, poniendo una pierna a cada lado de su cuerpo, y tras poner un poco de lubricante en mi miembro, y sacar el dildo de su ano, clavé mi polla hasta el fondo en su trasero.

- He venido a violarte, guarra. Deberás aguantar lo que te echen.

En ese momento comencé a bombear de nuevo, su culo, provocando que nuevamente llegara al éxtasis. Pero yo no había acabado. Continué empujando y empujando, con fuerza, taladrando su culo, mientras la botella de cerveza seguía haciendo su trabajo en su coñito. Fueron 4, 5 minutos, follando su culo sin piedad, hasta que llegó el momento de correrme.

Saqué mi pene de su culo, completamente tieso, rojo, palpitante, y tras agarrarlo con la mano, comencé a pajearlo, hasta provocar que me corriera en su espalda. Un rio de semen, caliente, espeso, manchó su espalda llenándola de leche. Tras descansar unos segundos, y observar unos segundos a mi prisionera, me levanté y le dije:

- Querías que te violara, y te he violado. Ahora voy a ducharme, zorra, y tú te quedarás aquí, esperando a que yo salga.

Por narices. Continuaba atada, amordazada, y vendada, lo cual impedía que pudiera moverse. Se la veía cansada, extasiada, derrotada. Coloqué otra vez el dildo pequeño en su culo, y tras azotar nuevamente su culo, me dirigí a la ducha.

Quince minutos más tarde, ya duchado y vestido, mi presa continuaba en la misma posición, con la cerveza en su conejito y el dildo en su trasero. Observé por un momento mi obra de arte, me acerqué a la cama, desaté sus manos, y le dije:

- No te olvides de pagar la habitación, perra.

Un portazo cerró aquel encuentro.

Comentarios

Publicar un comentario