Una puta desnuda en mi espejo

Prólogo del Profesor Domine

 

Un espejo siempre refleja lo que eres, y siempre muestran lo que el resto de la gente ve en ti. Las sumisas suelen tener dos vidas muy separadas. Una en la que muestran un lado familiar y laboral, y en la que la imagen que trasmiten es la de una mujer sensata, calmada e incluso conservadora, y otra que comparten únicamente con su Amo, y en la que ellas mismas proyectan la imagen de perra que siempre han deseado pero que nunca han mostrado.

Esa imagen, la de una mujer viciosa, pervertida, y entregada a su Domine, suele permanecer oculta para todo el mundo, e incluso para ellas mismas. Sólo el Amo puede verla. Y es justo aquí donde entra en juego el espejo, ese objeto que permite a todo el mundo verse tal y como es.

Desde hace tiempo, me gusta siempre que mis sumisas se vean al espejo mientras están conmigo. Quiero que se vean a 4 patas mientras yo las follo, quiero que se miren al espejo mientras tienen mi polla en su boca, quiero que se vean a ellas mismas con la cara llena de semen.

Y quiero que lo hagan porque así conocerán a la sumisa que yo conozco. No a la madre o a la esposa que cuida de su familia y que acude al trabajo cada día, sino a la puta que se entrega en cuerpo y alma a mi persona, suplicando mi semen. Allí, delante del espejo, ellas ven por primera vez a la perra que siempre quisieron ser, a la zorra sometida que desea darme placer, y que yo les permito ser.
 


Una puta desnuda en mi espejo, por maya.

 

Los espejos nunca me han gustado especialmente, lo reconozco. Tengo amigas que se pasan horas arreglándose y acicalándose delante del espejo, pero yo no soy así. Sin embargo, últimamente les he  cogido afición, cada vez me gustan más, y eso es gracias al Profesor.

Cuando llegamos a una habitación para llevar a cabo una sesión, antes de desnudarme, mi Domine me inspecciona, me palpa el culo y sopesa mis tetas aún con la ropa puesta, sin poder moverme, con la mirada baja, hasta que él me agarra y me pone frente al espejo. Entonces me dice al oído:

- Mírate, sumisa. Mira la cara de puta que se te pone cuando estas conmigo.

Yo levanto la mirada y me veo, con sus manos sobre mis pechos, sus dedos pellizcando mis pezones, la boca entreabierta y los labios temblando, y me doy cuenta de nuevo de que soy su perra y de cómo me gusta serlo.

Luego me hace desnudarme, quedando en ropa interior o absolutamente desnuda, depende de su capricho ese día, y hace que le desnude yo a él. Muchas veces al hacerlo, al ponerme de rodillas para desabrochar sus zapatos, su pantalón, al descubrir su sexo, su polla que ya suele estar dura y húmeda, y me hace mirarme de nuevo al espejo, desnuda, arrodillada, cachonda, sintiendo cómo su miembro recorre mis mejillas y se detiene en mis labios, viendo reflejado en mi cara el mismo deseo que siento en todo mi cuerpo. El mero hecho de verme postrada hace que ese deseo aumente y me ponga más excitada aún. Es delicioso.

A veces, también me obliga a mirarme cuando la sesión está más avanzada, y mi Domine ya ha empezado a utilizar mis juguetitos. Suele empezar lubricando y penetrándome el culo y luego introduciendo otro consolador en mi coñito húmedo hasta el extremo, a cuatro patas sobre la cama, con las piernas juntas para que los sienta más, y entonces empieza a moverlos de forma alternativa, ahora uno, ahora el otro, hasta que empiezo a gemir. Entonces es cuando vuelvo a oír su voz que me dice:

- Mira lo perra que eres, sumisa. Mira cómo te gusta que te follen por los dos agujeritos a la vez.

Yo giro la cabeza hacia el cristal y allí veo la escena; los extremos de los consoladores asomando un poquito y al Profesor Domine cogiéndolos y clavándolos una y otra vez, toda la piel de mi cuerpo erizada y yo gimiendo como una puta, como su puta… Siempre que eso pasa, sin remedio, le tengo que pedir permiso a mi Domine para correrme porque dentro de mí explota un placer indescriptible. La mayoría de las veces el Profesor me lo concede, y me permite correrme, pero otras veces no, y me deja así, mirándome, con los consoladores metidos y mis jugos resbalando por mis piernas, deshecha de deseo y placer.

Otro de mis recuerdos cuando miro un espejo es aquella primera vez que me obligó a mirarme. Estábamos en una cama redonda rodeada de espejos, yo buscaba su imagen en ellos constantemente, porque quería ver el placer en sus ojos y no me estaba permitido mirarle directamente. Entonces mi Domine me enculó hasta el fondo, haciéndome sentir toda su polla en mi interior, me agarró de la coleta y empezó a embestirme, montandome como si fuera una perra, provocando en mí una mezcla de placer y dolor, un morbo sublime, increíble. Y entonces lo dijo:

- Mira tu cara en ese espejo, maya, mira lo puta que eres.

Yo abrí los ojos, y me vi a cuatro patas, con mi Domine moviéndose tras de mí, follando mi culo, con mis tetas rozando la cama, la espalda arqueada y un orgasmo saliendo a borbotones junto con mis gemidos. Nunca me había visto antes así, y me excitó muchísimo verlo.

Aunque siendo sincera, cuando me miro a un espejo ahora, la imagen que me viene a la mente es aquella, cuando después de correrse en mi cara, mi Domine me dio permiso para lavarme diciendo:

- Anda, lávate, que no puedes salir así a la calle.

Fui al baño y antes de lavarme me miré, con su placer repartido por toda mi cara, mi premio embadurnándome las mejillas y los labios, y una sonrisa en la cara que no podía controlar. Relajada, feliz, me miré y me relamí como una buena puta.

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