Spanking, una sumisa azotada en la estación del tren.



Es curioso ver la poca gente que va en el tren a las 6 de la mañana, un día cualquiera. Pocas empresas que no sean fábricas suelen abrir a esas horas. La sumisa miranda iba como cada día a trabajar, y el vagón iba como siempre vacío, o casi. Ella se entretenía con el móvil, curioseando en paginas BDSM o buscando fotos subiditas de tono.

En el vagón iban los de siempre, un par de currantes, y el revisor de Renfe, que ya la conocía de otras veces, y que ya había mantenido alguna conversación con ella. A esas horas resulta normal entablar una charla para matar el tiempo. Ya se habían tirado alguna indirecta picante, y miranda no es de las que se amilana. Le gusta el sexo, y le gusta tontear con todo hombre que quiera jugar. Aquel día iba especialmente cachonda, no sabía el porqué, y la visión de aquellas fotos la había puesto más mojada aún.

Entonces, como muchas otras veces, el revisor se acercó a ella, para pedirle el billete.

- Hola, guapa. Sé que pagas cada día, pero debo pedirte el billete.
- Claro, señor revisor. Ya sabe que yo siempre cumplo con mis deberes.

Mientras miranda buscaba su billete del tren, se le pasó una idea por la cabeza, bastante gamberra.

- Pues se va a reír, señor revisor, pero no encuentro el billete. No lo entiendo. - dijo ella con cara de buena niña.
- ¿Como que no?  Si lo llevas cada día, no me digas que voy a tener que multarte.
- Pues no aparece, no lo entiendo, señor...
- Bueno, hacemos una cosa, bajamos en la siguiente parada y lo buscas más tranquila, ok?

Dicho y hecho, en la siguiente parada bajaron los dos, y se dirigieron hacia la garita. Curiosamente, a ella se la notaba mas suelta y feliz que a él. Al revisor no le hacía mucha gracia tener que multar a aquella chica, con la que ya había tonteado alguna vez. Le gustaba, y le caía bien. Una vez en la garita de la estación, a solas, el revisor le pidió que buscara de nuevo su billete.

- Estoy seguro de que llevas el billete en algún sitio, tú eres de las que siempre pagas.

Tras hacer como si buscaba un ratito más, miranda se lanzó a por su presa.

- Lo siento, señor revisor, pero he sido mala y hoy no he pagado el billete. Creo que tendrá que castigarme...

Aquel tono no era el de una mujer arrepentida. Al contrario, era el de alguna gamberra con ganas de provocar, y lo estaba logrando. Él se había puesto nervioso.

- ¿Y cómo vamos a solucionar esto?
- Pues creo que lo más justo sería que usted me azotara por niña mala, hasta que aprenda a comportarme como es debido.
- ¿Azotarte?  ¿Y cómo vamos a hacer eso? 
- Usted siéntese en la silla, señor revisor, y yo me tumbaré en su regazo, para recibir mis merecidos azotes.

Dicho y hecho, el hombre se sentó en la silla, en medio de la garita. La sumisa cerró la puerta para que nadie entrara, y tras sacarse los pantalones, se tumbó encima de sus piernas, ofreciéndole su culito respingón.

Aquel hombre, que nunca había hecho aquello, estaba sentado en la garita de la estación, su lugar de trabajo, con una chica en ropa interior, tumbada en su regazo, ofreciéndole su hermoso trasero, para azotarlo. No lo dudó ni un momento...


- Zasss... - primer azote, seguido de un suave gemido.
- Zasss... - segundo azote, y un nuevo gritito por parte de ella.
- Zasss... - tercer azote, contestado nuevamente.
- He sido mala, señor revisor, azóteme más fuerte ¡¡¡  Debe corregir mis malos hábitos...

Aquella voz de niña arrepentida y sus buenas maneras, aún lo ponía más cachondo.

- Zasss..., Zasss..., Zasss... 

Los azotes fueron subiendo de intensidad, visto que la viajera traviesa quería guerra.

- Zasss..., Zasss..., Zasss...

Cada nalgada era acompañada por un gemido de placer de miranda, que no daba la impresión de estar pasándolo mal. Mas al contrario, aquella sumisa bajó su mano hasta sus braguitas, que bajó rápidamente para dar acceso al revisor a su parte más intima. El hombre, trempado completamente, no dudó en acariciar el coñito de aquella mujer, a lo que ella contestó con un nuevo sonido... mmm...

- He sido una niña mala, señor revisor, y usted debe aleccionarme.

Él ya estaba desatado, y tras meter dos deditos en el coño de miranda, continuó azotando su culo, con la otra mano.

- Zasss..., Zasss..., Zasss...
- Debes pagar el tren cuando te subas, perrita.
- Zasss..., Zasss..., Zasss...

Las nalgas de miranda comenzaban ya a estar rojas mientras los dedos de aquel hombre penetraban sin parar su conejito. Ella comenzaba a estar  completamente mojada, y su excitación iba en aumento. Eran las 6:30 de la mañana, y aunque iba a llegar tarde al trabajo, al menos llegaría con un orgasmo, que siempre va bien...

- Zasss..., Zasss..., Zasss...
- Esto es para que aprendas a pagar el tren, gamberra.
- Zasss..., Zasss..., Zasss...

El tono rojizo del trasero de aquella chiquilla era ya evidente, y los dedos del revisor no paraban de taladrar su chochito mientras seguía azotando su culo. Ella continuaba acostada sobre sus piernas, en la garita de la estación. La intensidad en el movimiento había aumentado considerablemente, cuando llegó el orgasmo deseado.

- Aaaaarrrrrrggggggg...

El gemido se oyó perfectamente en media estación, pero a aquella hora difícilmente se enteraría nadie. El orgasmo de miranda había sido pronunciado, y se había corrido de placer.

El hombre, aún sorprendido, acariciaba el pompis de su presa, completamente colorado. La muchacha, satisfecha y contenta, recuperó su verticalidad, y tras levantarse, limpió con un pañuelo de papel sus partes nobles. Luego volvió a subir sus braguitas, y a ponerse de nuevo los pantalones, como si allí no hubiera pasado nada.

Antes de marcharse, miranda agarró firmemente el paquete de aquel revisor. Tenía la polla dura como una piedra y estaba completamente excitado. Tras acariciarlo debidamente durante unos segundos, miranda se despidió:

- Siento no haber pagado el billete, señor revisor. El próximo día habrá que buscar una nueva manera de pagar la multa… 

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