Faltaba poco para su boda, apenas unos meses, y Gina parecía
perdida completamente. Nacida en un pueblo pequeñito del centro del país, sus
padres la habían criado siguiendo las normas más conservadoras de la zona: bien
educada, y bien vestida, cada semana acudía a la iglesia a dar gracias al señor
por su vida acomodada y monacal. Se iba a casar con el novio de toda la vida e
iban dando todos los pasos que debían dar. Si todo iba bien, en un año estaría
embarazada, y podría formar su propia familia conservadora, religiosa, y
prospera. El novio también ayudaba a ello. Educado de la misma manera, pensaba
igual que sus padres y sus suegros. Todo hacía presagiar una autentica familia
modelo.
Todo, menos un pequeñín apunte: a Gina le carcomía el
cerebro una duda existencial. ¿Sería la polla de su futuro marido la única que probaría? Había visto hacia poco la película del señor
Grey, y como a muchas mujeres, la manera de comportarse de aquel hombre la había
excitado sobremanera. Tras leerse 4 o 5 libros sobre el tema, ella ardía en
deseos de encontrar a un hombre así, que la usara sexualmente para su antojo.
Ella nunca había sido atada, ni la habían azotado, ni habían usado su culito,
ni se habían corrido en su boca, ni la habían llamado 'Perra, furcia,
guarra'... Sabia por la educación de su novio que eso nunca pasaría con él, y
sus dudas se acrecentaban. Tanto, que un día apareció en mi email, buscando un
Amo que la aconsejara.
La atendí, y le dije que si quería probar a ver si era
sumisa, o si le gustaba el BDSM, yo le podía enviar algunos ejercicios, que debería
probar mediante el envío de fotos. Dicho y hecho, comencé a enviarle esos
ejercicios, que ella hacia rápidamente, y sin reparos. A cada ejercicio que le
enviaba, ella me respondía con las fotos mostrando como lo había realizado. Le
pedí que se masturbara en lugares públicos, que penetrara su culito con
diferentes objetos, que se paseara sin ropa interior tonteando con distintos
chicos, o que probara ella misma su nivel de dolor. Y ella respondía con fotos
en las que se veía realizando dichos ejercicios. Debo reconocer que la niña era
guapa, joven y tenia buen cuerpo. Además, quedaba claro que quería ser la perra
de alguien, y no iba a ser yo quien se lo impidiera.
Estoy seguro que si le hubiera preguntado por su dirección
no habría tardado en dármela, pero quería pillarla por sorpresa. Sabia como se
llamaba, y el pueblo donde vivía, y a través del Facebook no me costó encontrar
el nombre de su novio, el futuro cornudo. Sabía que el viernes tenía reunión con
el cura como parte de la preparación de la boda, o sea que ni corto ni
perezoso, agarré el coche y me planté en su pueblo, delante de la iglesia,
donde me senté en la escalera. Después de 20 minutos esperando pude ver como se
acercaba andando. Bien vestida, recatada, pequeñita y muy mona, parecía una
buena chica, de las que iban a misa cada semana. Aún parecía más guapa en
directo. Yo llevaba una bolsa en mi mano, a la que no prestó mucha atención.
Tal y como se acercaba, no pudo evitar verme allí, sentado
en las escaleras, mirándola fijamente. Quedaba claro que yo era un extraño en
aquel pueblo, y ella no me había visto nunca, pero la manera en que yo la
miraba la puso nerviosa. Podía notarlo...
A medida que subía las escaleras iba mirando de reojo, tenía la ligera
sensación de que la estaba esperando a ella.
- Buenos días, Gina - Ella se sorprendió de que supiera su
nombre. ¿Quién era ese hombre? ¿La esperaba a ella?
- Buenos días, ¿Nos conocemos? - Educada como siempre, no entendía
la situación.
- Tu a mi no, Gina, al menos en persona. Pero yo a ti te
conozco mucho más de lo que te imaginas...
Sus ojos se abrieron al máximo, y se quedó sin habla,
sorprendida completamente. Sin decir nada, pero nerviosa como un flan, continuó
su camino hasta entrar en la iglesia. Yo esperé 7 u 8 minutos, y una vez dentro
pude ver que solo había el cura y mi perrita, charlando como buenos vecinos.
Tras saludarme, pude notar como Gina volvía a mirarme, preguntándose a si misma
si podría ser que yo fuera Él, la persona que la pone cachonda perdida cada día
a través de las redes. Tras 5 minutos esperando, pude escuchar una frase que
abrió mis ojos completamente:
- Bueno, Gina, yo tengo que ir a correos y tardaré unos 45
minutos, pero no quiero cerrar la iglesia por si alguien quiere rezar. ¿Te
importa quedarte y vigilar un rato?
- No, padre, puede marchar tranquilo. -
Parece ser que Dios tenía un regalito guardado para mí, y me
iba a dejar a solas, con mi perrita, en la casa del señor. ¿Será que había sido
bueno?
Tras salir el cura de la iglesia, me acerqué ligeramente a
la puerta para comprobar como el Padre se alejaba calle abajo. Al girarme, pude
ver como aquella jovencita tierna me miraba fijamente, nerviosa. Caminé hacia
ella, tranquilamente, sin quitarle un ojo de encima. Tras mirarla de arriba a
abajo, le dije:
- Vamos al confesionario, Gina. Hoy te toca pecar.
La agarré de la mano, y la llevé al lugar donde normalmente
confesaba sus pecados. Hoy no, hoy le tocaba pecar. No había mucho espacio,
pero era suficiente. Tras arrodillarla ante mí, le ordené bajar mis pantalones,
y mis calzoncillos. Ella había soñado con aquel momento durante semanas, y por
fin llegaba. Miró con curiosidad la bolsita que yo llevaba en la mano, pero no
dijo nada.
- No se te ocurra chuparme la polla, putita. Sé que lo has
deseado, y sé que deseas probar mi leche, pero no puedes lamer, no tienes mi
permiso. Forma parte de tu enseñanza el obedecer mis deseos, por perversos que
te parezcan.
- Si, mi Amo - No dijo nada más. No podía quitar sus ojos de
mi polla, y se la notaba ya excitada.
Poco a poco, fui pasando la puntita de mi verga por sus
labios, acariciándolos, jugando con ellos. Tras unos segundo jugando, metí
ligeramente el glande entre sus labios, de manera que cerraba perfectamente su
boca. Su respiración se había acelerado, podía notarlo.
- No chupes, perrita. No se te ocurra mover los labios ni la
lengua.
Yo continuaba jugando con mi polla en su boca. Tras moverla
un rato, dentro, volví a sacarla para pasear de nuevo la puntita por sus labios
otra vez. Sus ojos denotaban pasión por lo que estaba pasando. Lo deseaba de
verdad. Tras acariciar su cabello con dulzura, agarré su cabeza, y lentamente
comencé a meter mi polla hasta el fondo, con calma, mientras la miraba
fijamente. No tardé en llegar al final de su boca, lo que provocó la primera
arcada. Hizo un ademán de querer apartarse, pero no la dejé.
- Las manos quietas, Gina. Ponlas en la espalda, y acostúmbrate
a tener mi polla en tu boca, enterita. Ahora voy a meterla hasta el fondo, y tú
deberás recibirla entera. Sufrirás arcadas, y deberás aguantarla. Si se te
acumula la saliva, abre la boca y esta caerá por la comisura de los labios.
Ella obedeció sin más, apartó sus manos, y me dejó trabajar.
Agarré su cabecita con las dos manos, y comencé a presionar, primero
suavemente, y luego con más fuerza, clavando mi polla hasta el fondo. Las
arcadas se repetían una detrás de otra, y a cada una de ellas yo introducía un
poquito más mi polla en su garganta. Sus ojos llorosos denotaban que estaba al límite,
y la saliva que caía por su boca me dejaba claro que no podía aguantar mucho,
pero aún así ella aguantaba. Estaba descubriendo algo que ya intuía, y es que
aquella niñita era una autentica perra, de las de primera división. Decidí
entonces sacar mi polla de su cavidad bucal y limpiarla en su cara. La pasé
delicadamente por su barbilla, sus mejillas, sus ojos y su pelo, manchándola
con su propia saliva. Acercándome a ella, y levantando mi miembro, le ofrecí
mis huevos:
- Cómeme las pelotas, cariño. Chúpalas como nunca lo has
chupado. - De hecho nunca había chupado unos huevos, ni había probado el semen,
pero en aquel momento me encantó ordenárselo así.
Mi nueva sumisa comenzó a lamer mis huevos, primero uno y
luego otro. Pasaba su lengua delicadamente por mis testículos, como pensando
que iba a hacerme daño. Yo lo arreglé
agarrando su cabeza y empujándola hacia mis pelotas, de manera que mi polla
golpeaba su mejilla, y ella comenzó a chupar aquellas dos bolas sin miedo.
Introdujo una de ellas en su boca, y lamió como si fuera un chupachup, sacándole
brillo. Continuó luego con la siguiente, repitiendo la jugada igualmente. Tras
unos minutos lamiendo, mi herramienta se había puesto dura como una piedra, y
ella había comprobado cómo se ponía cada vez más dura, a medida que lamia mis
huevos.
Entonces aparté mis testículos de su lengua, y tras golpear
un par de veces su cara con mi miembro, volví a pasarlo otra vez por sus
labios, ahora completamente mojados. Repitiendo la jugada anterior, agarré su
cabeza, esta vez con más fuerza, y clavé mi polla hasta el fondo, llegando de
nuevo a su garganta. Comenzó entonces un vaivén en el que yo iba follando la
boca de aquella feligresa sin descanso. Yo iba sacando y metiendo mi verga
hasta el fondo, de manera que cada vez que entraba hasta el fondo provocaba una
nueva arcada en mi perrita. Ella no paraba de segregar saliva y su boca
chorreaba sin parar. Al cabo de unos minutos, ella volvía a estar al límite, y
yo no quería que vomitara, así que paré.
El confesionario se había quedado pequeño, casi no podíamos
movernos, y a mí me apetecía clavársela hasta el fondo a mi putita.
- Aquí no tenemos espacio, perrita. Llévame a algún sitio más
cómodo y recatado.
Ella se levantó, limpió la saliva que aún goteaba de su
boca, y tras comprobar que no había entrado nadie en la iglesia, agarró mi
polla y me condujo a través de ella, camino del órgano de la iglesia. Colocado
encima del altar, se entraba por detrás, lo cual dejaba un espacio oculto en el
que podíamos jugar. Allí había también un mueble, elegante, en el que el cura
guardaba sus cositas y donde imagino que habría las partituras para el
organista.
- Apóyate en ese mueble, zorra. Voy a follar tu coñito y tu
culo, y vamos a convertir a tu novio en un cornudo de mierda.
Gina obedeció sin preguntar, y ni siquiera pensó en mi
comentario. Había soñado varias veces con aquel momento, y estaba mojada
completamente. Tan mojada, que tras subir su falda y arrancar sus braguitas, no
tuve ningún problema a la hora de hundir mi 'plátano' hasta el fondo de una
estocada. Un gemido salió de su boca, fuerte, rotundo. Ella misma entendió que
debia bajar el tono, no hizo falta que se lo dijera. La embestida la había
puesto como una moto, así que decidí repetirla 5 veces, para ponerla bien a
tono. Entonces, saqué mi polla de su coñito, y busqué en la bolsa que llevaba.
Saqué un consolador de gran tamaño, y sin decir ni pio lo clavé hasta el fondo
en su culo. Volví a rebuscar en la bolsa y extraje un plug anal, que introduje
suavemente en su culito tras lubricarlo antes con sus propios jugos.
- Sé que eres virgen del ano, Gina, pero hoy vas a perder tu
virginidad, y lo vas a hacer en la iglesia de tu pueblo.
Tras mover suavemente el plug anal, y comprobar que había
entrado sin problemas, comencé a masturbar el coñito de aquella entregada niña,
moviendo el consolador arriba y abajo. Debo decir que iba cachonda como una
perra, y que no tardó demasiado en estar al borde del orgasmo. Entonces dedicó
parar, no quería que se corriera aún. En su lugar, asesté un azote en el culo
aquella niña. 'Zasss...'. Un gritito salió de su garganta. 'Zassss, Zassss,
Zaassss...', otros 3 azotes le dejaron claro quien llevaba el mando allí. Tras
aquello, agarré el plug y comencé a moverlo suavemente, metiéndolo y sacándolo,
cada vez mas rápido, provocando algo que ni mi perrita había imaginado. Le
estaba gustando, y mucho. Se estaba excitando. Tras aumentar el ritmo y la
fuerza, pude notar por sus gemidos que volvía a estar al borde del orgasmo, lo
cual no podía pasar.
Volví a parar, y asestar una nueva tanda de azotes en sus
blancas nalgas. Siempre me gusta alternar nalguitas a la hora de azotar.
'Zassss, Zassss, Zassss, Zaassss...', otros 4 azotes le dejaron el culito ya
calentito, lo que aproveché para volver a masturbar con el consolador su
coñito. El juego estaba siendo entretenido, como siempre. Me gusta alternar el
plug con el consolador y los azotes, impidiendo siempre que mis sumisas se
corran. Me gusta dejarlas al límite para pasar a jugar con el otro agujerito.
Así lo hice 3 tandas seguidas, masturbando primero su conejo, luego su ano, y
azotando más tarde sus nalgas.
Pude notar como ella andaba ya al límite de su resistencia. Había
interrumpido su orgasmo hasta 6 veces, y su calentón era excesivo. Sudaba como
una cerda cuando la degollan, y sus jugos corrían por sus piernas abajo.
- Ahora voy a follar tu culo, alumna. Vas a tener ese honor,
y quiero que te corras como lo que eres, como una perra en celo.
Sin dejar que dijera ni mu, saqué el plug de su culo, e
introduje la punta de mi herramienta en su ano. Era obvio que era más gruesa
que el plug, y eso provocó que soltara un gemido importante. Una vez se calmó
un poco y pude notar que su esfínter no se resistía tanto, continué empujando
hasta meterla enterita dentro de su culo. Yo oía sus gemidos a medida que iba metiéndola
hasta el fondo. Se notaba que le gustaba. Una vez clavada, esperé unos 30
segundos, dejando que su cuerpo se acostumbrara a sentirse penetrada. Yo
aproveché aquellos segundos para agarrar su joven melena y juntarla a modo de
riendas. Iba a follar a aquella mujer de manera que se sintiera 'montada' como
una yegua.
Poco a poco fui empujando el trasero de mi nueva zorrita,
metiendo y sacando mi polla con ritmo, aumentando la intensidad y la velocidad,
a la vez que sus gemidos se agudizaban. Después de más de 40 minutos de
jugueteo ella estaba ya al límite, y necesitaba correrse. Así que de repente,
sin avisarle, comencé a tirar de su pelo con fuerza, como si de un caballo se
tratara, y comencé a cabalgarla sin piedad. A cada embestida, mis huevos
golpeaban con el consolador, que aún continuaba en su coñito, haciendo que se
clavara aún más en su interior. No tardó demasiado mi joven yegua en llegar a
su primer orgasmo. Como era de esperar, sus gemidos fueron largos, ahogados y
extremos... llevaba más de 20 minutos al borde del orgasmo y se lo había negado
varias veces, con lo que andaba más caliente que el palo de un churrero.
No iba a dejar que aquel orgasmo fuera el último. Yo tenía
que correrme aún y ella iba a llegar a ese punto otro par de veces como mínimo.
Así que continué tirando de su pelo, enculándola con brío, y provocando que
llegara de nuevo al orgasmo por segunda vez. Estoy seguro de que aquella
criatura nunca había sido follada así, y aquello no había acabado. Yo buscaba
mi propio orgasmo, y continuaba empujando y empujando, cada vez mas
repetidamente, y con mas brío. Apenas un
par de minutos más tarde, coincidiendo con el tercer orgasmo de mi perrita,
noté que estaba a punto de soltar la leche. Pero yo no quería acabar así, había
una cosita que aquella niña no había hecho nunca, y le tocaba probarlo...
Saqué mi polla de su culo, volví a colocar el plug en su
lugar, y le ordené:
- Date la vuelta y arrodíllate, perra. Vas a recibir la
leche de tu Amo.
Ella, obediente como siempre, se arrodilló ante mí, ante su
Amo, ante su Polla, dispuesta a recibir su premio, mi leche. Tras limpiar rápidamente
mi miembro, lo coloqué encima de su boca, de manera que pudiera lamerlo sin
problemas. Tras agarrarlo con la mano, comenzó a chupar su cabeza como si no
hubiera un mañana, como si nunca más pudiera chupar otra. Su lengua revoloteaba
alrededor de mi glande, provocando que me excitara aún más y más. Ella, que me
miraba buscando el placer en mis ojos, se vio sorprendida. Un chorro de semen
salió disparado, inundando su boca. Al no esperárselo, se atragantó, escupiendo
parte de la leche fuera de su boca. Yo aproveché ese momento para sacar mi verga,
y acabar de correrme en su cara. Quería marcarla, inundar su rostro con mi
leche, hacer que se sintiera manchada. Ella, recuperada ya de la explosión
inicial, disfrutaba sintiendo como mi semen caliente caía por su cara.
- Ahora, putita, quiero que limpies mi polla con tu lengua,
y quiero que recojas toda la leche que tienes en la cara y te la tomes. Es tu
alimento.
Yo podía notar en su cara que disfrutaba cumpliendo mis órdenes.
Agarró con fuerza mi miembro, y repasó cada uno de sus rincones buscando hasta
la última gota. Una vez hecho, recogió con sus deditos los restos que manchaban
su cara, y los chupó uno a uno, con pasión, como si no hubiera comido nunca.
Para acabar, volvió a meter mi polla en su boca, lamiendo la última gotita que
quedaba. Aquella perrita había sido utilizada en una iglesia por su Amo. Se la veía
feliz, entregada, satisfecha. Dentro de unos días se iba a casar con un cornudo
que no sabía follarla. Pero así son los pueblos…
Ya solo quedaba una cosa, vestirnos y marcharme de allí. El
cura debia estar a punto de volver, y así lo hice. Me vestí, me arreglé, y tras
despedirme de aquella guarrilla, salí por la puerta de la iglesia, justo a
tiempo de ver como el cura comenzaba a subir las escaleras.
- Bonita iglesia, Padre. Tiene usted un órgano precioso.
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