La mamá de Laurita.



Ya la había visto un par de veces, en el colegio, en las típicas reuniones de padres de familia. Y en las dos ocasiones había podido comprobar cómo la madre de Laurita no me quitaba el ojo de encima, e incluso me había observado el paquete con detenimiento. En la última reunión de padres en el colegio, se mostró muy ilusionada a la hora de invitarnos a mi hijo y a mí al cumpleaños de Laurita.

Al llegar a la fiesta, en una típica casita adosada, con jardín y una piscina comunitaria, pude notar como una sonrisa aparecía en su cara. Había preparado una serie de bocadillos, patatas, y demás, para los niños, y había contratado a un payaso para entretener a los niños en el jardín. Había más de 10 niños, y otras 4 madres, pero su marido no estaba, y pude notar como ella tenía más interés en charlar conmigo que con el resto de madres. 

Para la ocasión se había vestido con una faldita corta, y una blusa ajustada, con un buen escote que dejaba entrever de manera clara sus hermosos pechos. Tras 2 minutos riendo mis chistes estúpidos, no pudo evitar mirar mi entrepierna. Y yo, que suelo ser muy buen invitado, no tuve ningún problema a la hora de apartar mi chaqueta y echar el culo hacia delante, para facilitar que la mujer pudiera admirar mi paquete. Igualmente, para no parecer grosero, admiré detenidamente su canalillo, consiguiendo que ella se diera cuenta de ello.

Tras 5 minutos charlando, la mamá de Laurita había cumplido con todos los pasos necesarios para tirarle los trastos a un hombre: continuó riendo mis tonterías, repeinándose cada 2 minutos, tocando mi mano cuando se reía, mirando mi paquete y sacando pecho para que yo pudiera verlo bien. Su marido no estaba, había otras 4 mujeres vigilando a los niños, entretenidos con el payaso y la merienda, y aquella mujer quería que la follaran, era obvio. Así que ataqué sin más.

- Bueno, yo me tengo que ir, pero antes me gustaría que me enseñaras la casa un poco.

Ella, que al oír que me marchaba se extrañó, cambió su rostro al pedirle que me enseñara la casa.

- Claro, cómo no. He sido grosera al no enseñártela antes...

Tras despedirme educadamente de las otras madres ("tengo unas cositas que hacer, luego vuelvo a recoger a mi hijo"), seguí a la madre de Laurita dentro de la casa. Vimos el salón, la cocina, el lavabo, y subimos a la segunda planta. La habitación de la niña, del otro niño, el baño, y por fin llegamos a su dormitorio. Al llegar se hizo un silencio. Fueron unos 20 segundos, en los que me miró el paquete 3 veces seguidas. La tensión sexual se podía sentir en el aire.

- Bien, mamá de Laurita, ahora vas a hacer lo siguiente: Vas a cerrar la puerta, y vas a volver a aquí. Vas colocarte delante mio, sin decir nada, y de espaldas a mí.

Ella, sorprendida por mis órdenes, no alcanzó a decir nada. Tras mirarme 5 segundos, se acercó a la puerta, la cerró con llave, y volvió para colocarse delante mío, de espaldas a mí.

- Ahora quiero que estés calladita y que no te muevas. Voy a follarte como a una perra, pero antes voy a masturbar tu coñito, a sodomizar tu culo, pellizcar tus pezones de putita, y azotar tus nalgas. Y tú te mantendrás en silencio mientras yo juegue contigo. ¿De acuerdo?
- Sí... - No acertó a decir nada más. Estaba cachonda como una perra, y deseaba que la ensartara con mi espada.

Me acerqué por detrás, y tras colocar mi paquete junto a su culo, agarré con fuerza sus pechos, aprisionándolas.

- Eres mi putita, y voy a follarte como a mí me dé la gana. Sácate la ropa.

Nerviosa y excitada, comenzó a sacarse la blusa. Dos hermosos y erguidos pechos aparecieron de repente ante mí. Yo, que ya me había colocado delante suyo, agarré sus hermosas tetas para estrujarlas entre mis manos, mientras ella continuaba desnudándose. Mi mente perversa me llevó rápidamente a pellizcar sus pezones, con fuerza, mientras observaba como se desnudaba. Ella comenzó a gemir mientras sacaba sus braguitas y quedaba completamente desnuda. Llevaba el conejito depilado, y yo aproveché para acariciar su clítoris con mi mano derecha mientras continuaba pellizcando sus pezones con la izquierda.  

- Estas completamente mojada, putita. Te morías de ganas de que te follara... quiero que me mires a los ojos, y que me observes en silencio mientras te utilizo.

En su mirada podía notar lo caliente que estaba, y tras unos minutos jugando, yo tenía ya mis dedos mojados completamente después de acariciar su coñito. Pude observar que en su mesita de noche había un pintalabios y un tubo de crema facial, de esos que las mujeres se ponen cada noche... Los agarré, y tras volver con mi nueva perrita, introduje suavemente el tubo de crema en su coñito mojado. Ella, sorprendida, pero completamente encendida, no opuso ninguna resistencia. Sus ojos delataban deseo y asombro. Yo creo que ni ella misma se podía imaginar que aquello estuviera pasando.

Tras colocarme a su lado, agarré con mi mano izquierda el tubo y comencé a moverlo arriba y abajo, penetrándola con aquel objeto que cada noche usaba antes de ir a dormir. Mientras, con mi mano derecha había comenzado a acariciar su coñito con la barra de labios, desde atrás, buscando mojarlo. Ella me miraba fijamente a la cara, con una mezcla de vicio y susto en la cara. No estaba segura de lo que iba a hacer con el pintalabios, pero lo intuía, no era idiota. Lentamente, con cuidado, fui introduciendo el pintalabios en su culito, bien lubricado con sus propios jugos. Un gemido se escapaba de su boca, como pidiendo clemencia.

Tras unos segundos en los que su ano se fue dilatando, el pintalabios había entrado casi al completo en su culito de perra. Lentamente, pero sin pausa, comencé a mover los dos juguetitos en sus agujeritos, haciendo que aquella mujer se sintiera doblemente follada. Poco a poco, tras sentir como su ano dejaba de mostrar resistencia, fui acelerando el ritmo mientras podía notar en su cara como se acercaba el clímax para aquella mujer. Su gesto de excitación absoluta no podía ocultarlo, y no tardó mucho en correrse allí mismo. Sus gemidos y su cara de placer así lo atestiguaban.

Estaba en su propia habitación, desnuda y de pié, con su tubo de crema facial metido en su conejo y su pintalabios en su culo. Acababa de ser masturbada por un hombre que ni siquiera se había desnudado, y que no paraba de darle ordenes de tipo sexual. Ella no sabía el porqué, pero necesitaba cumplir aquellas órdenes. Quería ser mi objeto sexual.

- Bien, mamá de Laurita, te has corrido para mí. Ahora quiero que te pongas a 4 patitas, en la cama, sin tocar los juguetitos que tienes en tu coño y en tu culo. Voy a azotarte, y a pellizcar tus pezones mientras te masturbo otra vez.

A través de la ventana se podían oír sin problemas a los niños jugando, al payaso, y al resto de madres. Aquello hacia que la situación fuera más excitante aún. Tras ponerse a 4 patas sobre la cama, comencé a azotar aquel culo, con fuerza.

"Zassss", primer azote. Un gemido salió de su boca, ahogado, intentando no hacer ruido...
"Zassss", segundo azote.
"Zassss, Zassss"... otros 2 mas...


A cada nalgada le acompañaba un leve gemido y un saltito por su parte. Le gustaba, no quedaba ninguna duda. Como siempre en estos casos, cada 4 nalgadas acariciaba su coñito y volvía a mover su bote de crema facial y el pintalabios, para mantenerla excitada. Era una especia de ritual, un baile tribal. Mientras pellizcaba sus pezones con la mano izquierda, azotaba su culo, masturbaba su coñito, y sodomizaba su ano. Repetí ese ritual 4 o 5 veces, hasta que noté que volvía a estar completamente al límite, al borde del orgasmo. Ella estaba poseída completamente, no la habían follado nunca así y estaba desatada, quería más y se notaba. Así que sin esperar más, saqué mi camisa, bajé mis pantalones, y tras sacar mi polla, la introduje en su boca para que la humedeciera.

- Chúpala, mamá de Laurita, voy a follar tu culo de perra, y necesito que esté mojada. 

Después de unos segundos lamiendo, en los que parecía que aquella fuera la última polla que iba a chupar en su vida, me dirigí hacia atrás y tras mover nuevamente el tubo de crema, saqué el pintalabios de su culo. Su ano permanecía abierto, después de casi 20 minutos penetrado, y esperando a que cargaran de nuevo. Sin decir más, coloqué la punta de mi polla en su agujero, y comencé a empujar, con cuidado, mientras la agarraba con fuerza de las caderas. No tardé mucho en meter el capullo por completo en su culo, lo que aquella mujer acompañó con un grito, flojo, como quien intenta no hacer ruido, pero no puede evitar gritar. Tras detenerme 4 o 5 segundos, para dejar que su esfínter se acostumbrara al grosor de mi polla, continué atravesando su ano, hasta conseguir clavarla enterita en su culo.

Ella continuaba gimiendo en silencio cuando yo la agarré de su melena, a modo de riendas. Iba a montarla como a una yegua en celo. Poco a poco, comencé a empujar, con cuidado, mientras estiraba de su pelo hacia atrás, provocando que su cuerpo se arqueara hacia atrás. Mis embistes comenzaban a ser cada vez más fuertes, más agresivos, cuando aquella putita llegó a su segundo orgasmo... "aaaaaarrrrrrggggggg"... su lamento era ahogado pero intenso.

Su orgasmo era evidente, pero yo no tenía pensado parar. Yo apenas había comenzado, y aún quedaba lejos mi corrida, así que incrementé el ritmo y comencé a encularla con fuerza, y sin descanso. A cada embiste mío, mi polla se clavaba en su culo mientras que el bote de crema, aún en su coñito, se movía lo suficiente como para que no cesara su excitación. De vez en cuando acompañaba el movimiento con algún azote en su culo, con fuerza, o pellizcaba sus pezones otra vez. En esas situaciones, el dolor se convierte en placer, intensificando los sentidos. Sus orgasmos comenzaron a llegar uno detrás de otro, sin parar. Su nivel de excitación no bajaba, y como yo intersecaba mi ritmo, ella seguía corriéndose.

Y así fue como llegamos al final. Yo estaba ya buscando correrme, y ella seguía completamente desatada. De repente, saqué mi polla de su culo, y dirigí mi semen a su espalda. Agarrando con fuerza la base de mi pene, comencé a masturbarme, llenando su espalda con mi leche, marcándola como a mi perra. Ella, exhausta, se estiró en la cama intentando descansar, mientras yo limpiaba mi polla con las sabanas. De fondo se seguían oyendo las voces de los niños, que continuaban disfrutando.

- Bien, putita mía... Ahora vas a hacer lo siguiente: Vas a volver a vestirte, sin limpiarte mi leche, y vas a bajar abajo. Quiero que me subas un Gintonic, que voy a tomarme tranquilamente en tu cama mientras veo la TV. Luego pasarás 30 minutos con los niños, asegurándote que meriendan y disfrutan, y cuando pasen esos 30 minutos, quiero que vuelvas a subir, para merendar tú.

Tras afirmar con la cabeza, pude ver como mi putita se vestía otra vez, con la misma ropa, llevándose mi semen en su espalda, de recuerdo. Apenas unos minutos más tarde, volvía a entrar en la habitación con mi Gintonic. Sin decir nada, me lo entregó y bajó otra vez, dejándome desnudo, sentado en su cama, viendo la tele. Estaban dando un partido de futbol, y aproveché para mirarlo. No habían pasado ni 25 minutos, cuando escuché como alguien subía las escaleras. Era ella, no había podido esos 30 minutos para volver a verme.

- ¿Han merendado los niños?  ¿Mi hijo y Laurita se lo han comido todo?
- Sí, están con el payaso todavía.
- Pues ha llegado el momento de que meriendes tú. Mientras yo veo el partido, tranquilamente sentado, y acabando mi Gintonic, quiero que tú metas tu cabeza entre mis piernas y chupes mis huevos y mi polla. Cuando yo te diga que cambies y que me chupes esto o aquello, tú obedecerás y cumplirás mis órdenes. Al terminar, te tomarás mi semen, y te marcharás otra vez. Ahora empieza chupando mis huevos.

La mamá de Laurita, cachonda otra vez, no dudó en obedecer mis órdenes y meter su cabeza entre mis piernas, en búsqueda de su merecida merienda. Sin dudarlo, comenzó a lamer mis pelotas, sacándoles brillo y pasando la lengua con pasión. Primero la izquierda, y luego la derecha, podía notar como pasaba su lengua alrededor de ellas. Yo continuaba mirando la tele, y acariciando su cabeza mientras mi putita chupaba. De vez en cuando, yo abría mis piernas al máximo, y apretaba con mis manos su cabeza, hundiéndola entre mis piernas y obligándola a lamer más fuerte. Luego le ordené que lamiera mi polla, y ella, feliz, agarró mi miembro con fuerza, para lamer la punta.

Su lengua recorría cada uno de los rincones de mi polla, como si quisiera agradecerme los orgasmos anteriores, o como si quisiera saborear al máximo su 'merienda'. No tenía ningún problema a la hora de lamer la base de mi rabo, continuar por el tronco, y acabar en la punta. De hecho, la mamá de Laurita adoraba lamer mi glande, y estaba preciosa con mi polla en su boquita. De vez en cuando, salía de dentro de mí el Amo que llevo dentro, y tras agarrar con fuerza su cabello, la obligaba a bajar la cabeza hasta abajo, clavando mi polla hasta el fondo de su garganta, obligándola a tragar. No tardó mucho en comenzar a tener las primeras arcadas, lo cual me ponía muy tonto. Tras ordenarle que lamiera mis pelotas otra vez, y mientras yo veía el partido y los niños jugaban en el jardín, le ordené:

- Mamá de Laurita, ahora quiero correrme, y quiero hacerlo en tu boca. Vas a saborear mi semen, y te lo vas a tragar. Luego me darás las gracias, y volverás con los niños, a vigilarlos. Cuando acabe el partido bajaré yo, ok?

Ella afirmó moviendo la cabeza, y se puso manos a la obra. Agarró mis huevos con la mano, y comenzó a masajearlos suavemente mientras pasaba la lengua delicadamente por el capullo. Poco a poco, rodeó con sus labios el glande, de manera que la única parte de mi miembro que quedaba en su boca era la punta, el capullo completo. Y entonces, de manera magistral, mi nueva perrita comenzó a mover la lengua dentro de su boca, como si estuviera lamiendo un chupa-chups, como si quisiera acabarlo en seguida. Para colmo, sus labios, comenzaron a presionar la punta de mi polla, como si quisieran absorberla entera, mientras su mano continuaba masajeando mis huevos, ahora de manera más intensa. Aquella puta sabía chuparla, no había duda. No tardé mucho en ponerme como una moto.

Mi verga ya estaba dura como una piedra, y ella continuaba lamiendo su chupa-chups en busca de su leche, de manera que no tardé demasiado en llegar al orgasmo. Como si fuera la explosión de un volcán, un rio de leche inundó la boquita de aquella deliciosa mamá, que aguantó como una jabata, mientras seguía moviendo chupando. Su lengua se deslizaba alrededor de mi glande, a la vez que mi leche brotaba de la punta. Después de repasar durante 2 o 3 minutos mi aparato de arriba a abajo, di por finalizada la merienda.

- Bien, perrita. Ahora quiero que me escuches. A partir de ahora te convertirás en mi putita. Cada 15 días vendré a usarte como a mi apetezca. Tú deberás atenderme como a tu Amo y Señor, y permitir que te folle y te sodomice a mi antojo.

Tras aquello, mi nueva perrita bajó al jardín, a vigilar a los niños, y yo me marché de casa sin que nadie me viera, por la parte de atrás. Una hora más tarde, cuando volví a recoger a mi hijo, me encontré con el cornudo de su marido, y con mi nueva perrita. Desde entonces, la pobre se pone cachonda perdida cada vez que me ve en una reunión del colegio. Y yo la uso, a mi entera voluntad.

Comentarios