Mi
polla lucía limpia y lustrosa, brillante. Lorena y Triskel habían
lamido mi rabo de arriba abajo durante un buen rato, y se veía hermosa y
grande, roja, a punto de estallar.
Llegaba
el momento de correrse y yo sabía para quién era mi leche. Por
antigüedad y por derechos, mi semen era para Lorena. Así pues, cuando
llegó el momento cumbre, ordené
a mis perras que se pusieran cada una en su lugar.
—Triskel, perra, tú colócate debajo. Vas a comerme los huevos hasta que me corra.
—Sí, Señor.
Obediente
y cachonda perdida, Triskel se acercó a su Amo, hasta colocarse a sus
pies, y comenzó a lamer los huevos de su Señor. Encima suyo podía ver mi
rabo, duro, hermoso
y rojo, a punto de correrse, pero ella debía centrarse en su parte;
debía lamer mis testículos hasta dejarlos relucientes.
Mientras
tanto, Lorena miraba cachonda la imagen: veía mi rabo duro, a punto de
correrse, y observaba a su hermanita lamiendo mis pelotas. Ante esta
escena tan morbosa, deseaba
entrar ya en acción. Yo, deseoso de correrme, y de darle mi leche a mi
puta, no tardé demasiado en ordenárselo.
—Ven
aquí, Lorena. Chupa mi glande con ganas, perra, hasta el final, y
tómate tu leche. Tú, Triskel, puta, sigue lamiendo mis huevos.
—Sí, Señor.
Dicho
y hecho, Lorena se acercó a mí y, colocándose al lado de su hermanita,
introdujo mi glande en su boca. Despacito, con calma, comenzó a lamer mi
glande, acariciándolo
con la lengua, notando el sabor y el calor que desprendía. Ella solo
podía pensar en darle placer a su Amo, hacer que se sintiera feliz. Para
ella eso era lo único que importaba, ser una perrita obediente, y sacar
la leche como yo le había ordenado.
Mientras
mi niña lamía y succionaba mi rabo, yo podía ver como Triskel tenía mis
huevos en la boca. Mi nueva perra disfrutaba acariciándolos con la
lengua, succionándolos,
para hacer que la polla de su Amo estuviera cada vez más dura y para
que su hermanita disfrutara de su premio: mi semen.
Triskel
se esmeraba para dejarme los huevos bien limpios, los lamía con cuidado
pasando la lengua entre la costura que los separa, los metía en la boca
y absorbía con cuidado
intentando sacar todo, para que su Señor estuviera orgulloso de ella.
Cuando estuvieron bien limpios, pasó la lengua por el perineo, despacio
pero con fuerza, para conseguir un gemido de placer por mi parte.
Como
es normal, yo estaba a punto de explotar, gemía de placer y me movía
como si fuera a estallar en cualquier momento. Mis dos perras me estaban
lamiendo la polla y los huevos,
y yo lo disfrutaba como Dios.
En el momento exacto, y mirando a Lorena, le di una orden sencilla y clara:
—Perra, saca mi leche y guárdatela en la boca.
Dicho
y hecho, mientras retorcía los pezones de mi perra, Lorena comenzó a
chupar con fuerza. Podía notar como ella contenía sus gemidos chupando
aún más fuerte. Triskel seguía
lamiendo mis huevos mientras acariciaba mi ano, con la idea de meter su
dedo dentro.
Finalmente,
tras unos segundos, llegó la gran corrida. Un río de semen salió
disparado de mi rabo, acompañado de un gemido profundo y ahogado. La
boca de Lorena quedó llena
de leche, que acumuló obediente, tal y como yo le había pedido.
Ella
siguió lamiendo, recogiendo hasta la última gota en su boca. Sabía que
no podía tragar hasta que Triskel viera lo que se estaba perdiendo. Una
vez supo que había acabado,
mi niñita Lorena abrió la boca y le mostró a Triskel el manjar que su
Amo le había dado. Ella mantuvo la leche en su boca hasta que yo le di
permiso para tragar... y tragó. Tragó feliz su yogurt griego, como ella
lo llama.
Tras unos segundos descansando, acaricié a Lorena para hacerle saber que estaba feliz, e hice lo mismo con Triskel.
—Sé
que nunca has probado el semen, Triskel, pero ya has visto cómo lo hace
Lorena. El próximo trago será para ti, puta. Y deberás tomarlo todo.
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