Eugenia, una puta castigada sin correrse


Había faltado a mi deber como aprendiz de sumisa, me tomé atribuciones que no me correspondían, tomé decisiones sin autorización y debía pagar por ello. Aunque mi falta no fue cometí con mala intención, mi Dominus me dejó claro que esos errores se castigan, y que recibiría un escarmiento por ello.

Después de más de un día sin hablar con él, me ofreció su perdón y me dio la oportunidad de redimir mis agravios; él conoce mi situación especial (casada y con hijos) así que me dio la opción de organizar mis cosas para el encuentro.

Rápidamente me puse a organizarlo todo y ubiqué a la niñera; estaba disponible y podía venir a mi casa en ese mismo instante, así que le confirmé a mi Amo que podría verlo esa misma noche. Para ello, tenía que llevar vestido y unas braguitas hilo de encaje, de color negro, que Él previamente había escogido de mi ropa interior.

Me recogió a la hora acordada, mi corazón quería salir de mi pecho de los nervios…

- Hola Eugenia, ¿Cómo estás?
- Bien, Señor, gracias por preguntar.

No me atrevía a mirarlo al rostro, me sentía tan avergonzada por mi actitud anterior, que desde que me subí al auto me sentí en la necesidad de darle el dominio sobre todas mis acciones. No hablé más, estuve con la mirada baja, expectante a sus indicaciones. Él trató de hacer el ambiente un poco más agradable, puso música, trató de mantener una conversación, etc… A lo mejor notó mi seriedad, aún no lo miraba a la cara.

Tras dar unas vueltas en el auto, me hizo bajar a una farmacia a comprar preservativos y un lubricante, con mi dinero. Él, aparcado a una distancia prudente, me esperó. La verdad es que yo nunca realizo este tipo de compras, y siempre se tiene una especie de vergüenza al comprar esta clase de productos.

Asumí mi castigo con gallardía, me bajé del coche, y compré los encargos. Al comprar los preservativos,  di por sentado que dentro del castigo estaba prevista la penetración. Me emocioné pensándolo.

Sin embargo ya le había informado a mi Dominus que ese día me había bajado la regla, a lo que él respondió que no era impedimento para recibir el escarmiento que merecía.

Fuimos a su apartamento, nunca había estado allí, solo nos habíamos visto una vez y fuimos en esa ocasión a un motel. Me llevó a su habitación, me dejó en el centro de la sala, y me dijo:

-Ya sabes Eugenia, quítate todo, y déjate el hilo.

Obediente, me desvestí, y quedé solamente con mi tanguita. Él buscó una película erótica “para crear una atmosfera agradable” mientras yo estaba de pie, al lado de su cama.

- Eugenia, quiero que me bañes- exclamó.
- Sí, mi Dueño.

Tras seguirlo hasta el baño, me indicó que le quitara la ropa interior. Deslicé los bóxers por sus piernas mientras tenía en frente su miembro. Yo quería chuparlo, besarlo, lamerlo entero, pero él no me lo había pedido, y me aguanté las ganas.

Entró a la ducha y me pidió que entrara con él, me dijo que no me quitara el tanga. En silencio, asentí y mantuve la mirada baja, como lo hacen los súbditos con la realeza. En ese momento, él lo era todo para mí.

Abrió la llave de la ducha, y el agua empezó a caer sobre su espalda. Me pasó un jabón blanco, me coloqué detrás suyo, y en una especie de abrazo, enjaboné su pecho mientras frotaba mis senos en su espalda. Quería que me tocara, pero su intención era otra, no hacerlo, hacerme sufrir.

Deslicé mis manos y el jabón hacia su verga, y la toqué toda, de arriba abajo. El agua chorreaba entre su espalda y mis senos, y yo me agachaba y los frotaba en su espalda. Su rabo se había puesto erecto, duro. Eso me fascinó, yo quería masturbarlo, pero no me lo había pedido, así que continué con el baño.

Luego me puse frente a él, deslicé el jabón por sus brazos, por sus piernas… me arrodillé y lavé sus pies, enjaboné sus pantorrillas y subí a su trasero. Metí mis manos enjabonadas desde atrás y froté sus bolas, y de nuevo su pene, que seguía erecto. Eso me emocionó mucho, me excitó.

- ¿Mi Señor, puedo besar su verga?
- Si Eugenia, hazlo

Él abrió un poco más la llave para que el agua se llevara todo el jabón. Me arrodillé, y la toqué con la punta de mi lengua, la recorrí suavemente, apreté mis labios a su alrededor, y la chupé suavemente. El agua caía sobre mi cara, mojando mi cabello.

Creo que le gustó lo que hacía…

Entonces me hizo ponerme de pie, delante de él, y comenzó a tocarme el trasero, suavemente… luego metió sus dedos dentro de mis labios vaginales, y los recorrió poco a poco. Yo sentía las ganas en cada caricia, pero también la perversidad de su castigo, su respiración se hizo más fuerte.

"Zasss…" Sentí la primera palmada en mi nalga rosada, contundente, que provocó en mí un gemido. En seguida vino la segunda, un poco más fuerte, y gemí de nuevo. A cada azote yo soltaba un gemido, mis piernas temblaban, mi vagina no podía estar más inundada de placer, estaba cachonda. Llegó la siguiente y la siguiente.

Volvió a tocar bajo mi braguita, y me sentí morir.

- Eugenia, voy a orinar, arrodíllate.

¿WTF?... Quería orinarse encima de mí y eso era algo que nunca había hecho. Por un momento pensé en negarme, no aceptar esa orden, pero era mi castigo, en lo poco que he leído sé que es una forma de demostración de poder hacia el otro, me arrodille, cerré mis ojos y esperé que llegara.

Lo escuche gemir un poco, y sentí el chorro de su orina sobre mi espalda. Yo simplemente tomé mi cabello y lo sostuve con las dos manos. No sentí asco, no me disgustó. Sabía que para él era una prueba de mi sumisión, una prueba de su control.

Sentí el líquido caliente fluir en toda mi espalda, mis nalgas, mis piernas. Creo que pasé la prueba, me ayudó a poner en pie y luego fue él quien me bañó a mí, me enjabonó, estaba satisfecho, me mordió los pezones de una manera tan deliciosa, acarició mi vulva de nuevo, tan suavemente, luego me quitó el tanga y lo dejó a un lado. Cerró la llave del agua y me pasó una toalla para que lo secara, así lo hice.

Salimos hacia la habitación, me senté desnuda en el borde la cama, y escuché.

- Ahora Eugenia vas a recibir tu castigo, te portaste muy mal.
- Si, mi Dominus - respondí.

Sacó una corbata color café y me la puso alrededor del cuello.

- Este va a ser tu collar por hoy, vas a ser mi perrita, ¿Correcto?

Yo asentí. Luego sacó unas esposas de cuero, me puso una en cada muñeca y las unió entre sí, por la espalda.

- Arrodíllate! - Me arrodille en frente de él.
- Chúpame la verga, sin usar tus manos.

Esta orden me encantó, yo quería hacerlo desde hacía mucho rato, mi lengua estaba deseosa de probarla de nuevo, desde abajo, lamí sus bolas, las metí en mi boca, las chupé y me deslice entre ellas para meterme en la boca su miembro. Estaba erecto, delicioso…

De nuevo apreté mis labios alrededor de la cabeza y empecé a chupar de arriba abajo, lo chupaba con tantas ganas, que por un momento abrí mis ojos y lo vi extasiado, contemplando mi mamada. Entonces tomó mi cabeza con sus manos y me empujó hacia él, fuerte, como si quisiera atravesarme con su polla. Su pene llegaba hasta mi garganta, me sentí asfixiar, sentí el reflejo involuntario del vómito, y él la sacó de repente.

- Ni se te ocurra vomitar, perra ¡¡¡

Fue casi una orden. La volví a meter en mi boca, con tanto deseo, quería que eyaculara en mi garganta, dentro de mí, la volvió a empujar hasta el fondo, traté de aguantar lo que más pude. De nuevo el reflejo de arcada, que afortunadamente solo fue el reflejo. Yo seguía arrodillada, con las manos esposadas a la espalda, y mamando su deliciosa polla, intentando obtener mi leche, mi premio.

Tras un rato follando mi boca, me hizo poner de pie, y me dijo que me estaba portando muy bien, que esa noche era su perrita, y me preguntó si me iba a seguir portando así, a lo que respondí: 'Sí, mi Señor'.

Entonces sacó una venda para los ojos y me dejó en total oscuridad, me agarró de los brazos, y me ayudó a llegar hasta su lecho.

- Boca abajo en la cama - dijo con autoridad.

Prácticamente me tiró sobre ella. Yo caí temerosa, pensando en todas las cosas que podría hacerme en esa postura, atada y vendada.

- Puta perra, te has portado mal y lo sabes, vas a recibir un castigo por ello, por eso estás aquí, hoy no te voy a dar placer, sólo recibirás castigo, ¿De acuerdo?
- Si, mi Señor- dije en voz baja.

Lo sentí detrás de mí, sentí sus dedos marcar mi culo, una palmada, dos, tres, abrió mi trasero, vio mi ano y lo empezó a acariciar, yo no hacía más que gemir de placer, de repente, escucho el sonido de una correa, no recuerdo la última vez que siendo niña me habían golpeado con una.

Sin ningún preámbulo llegó el primer azote, gemí más fuerte, más de placer que de dolor, llegó el segundo en mi espalda, que rico… todo mi cuerpo reaccionaba, no por dolor, en realidad no dolía, quemaba, pero quemaba mi vagina, mi clítoris, no me había sentido nunca así, otro más, me estremecía de placer, mi cuerpo temblaba, contuve la respiración, otro.

- Eugenia, ese culito está pidiendo verga.

Yo lo escuché destapar algo, detrás de mí. Separó mis nalgas, con gustó las abrí más, y el lubricante cayó en mi orificio. El comenzó a acariciarme el ano, a meterme su dedo, mientras me susurraba al oído que yo era su perrita. Yo sentía su erección sobre mí, sentía su calor, la sentía palpitar, él estaba enloquecido de deseo.

Retiró su dedo de mi ano, y pude sentir la cabeza de su verga entrando en mi culo. Yo estaba tan excitada que no me dolió que la metiera, fue otro dolorcito rico. Él estaba encima de mí, montándome, penetrándome por atrás, con la correa en la mano, me penetraba y me azotaba a la vez.

Juro por Dios que nunca había sentido algo así, mi vagina chorreaba humedad, mi cuerpo estaba inundado de placer, se me hubiera podido venir el mundo encima en ese momento que no me hubiera dado cuenta, al mismo tiempo lo podía sentir a él, salvaje, hostil, embistiéndome con más fuerza cada vez.

- ¿Te gusta que te parta el culo, perra?
-Si Mi Amo.

Eso era lo único que podía procesar mi cerebro en ese momento. Cada vez me penetraba cada vez más rápido y yo gemía más fuerte. Se retiró, lo sacó de repente, pensé que se había venido, pero no. Lo sentí subirse a la cama y colocar su verga en frente de mí, justo antes de quitarme el vendaje de los ojos.

-Chúpame las bolas, puta- dijo.

Yo traté de incorporarme en la cama como pude, con las manos atadas en mi espalda, y obediente las lamí y las chupé, sin dejar una fracción de su piel sin lamer. Incluso, arriesgándome a desobedecerlo, bajé un poco más y le lamí alrededor de su ano, sutilmente, para regresar a su verga y seguir chupando. Yo quería chupar, necesitaba mamar, quería mi leche, mi semen, mi premio.

Podía sentirla dura, tiesa, a punto de estallar, y así fue como ocurrió. Un gemido grave y largo por su parte me hizo saber que se corría, y un rio de semen inundó mi boca. Caliente, abundante y delicioso, su leche inundó mi boca y mi garganta. Yo, cachonda y excitada, tragué toda su leche, hasta la última gota, repasando cada una de sus gotas.

Tras unos segundos limpiando su pene con mi lengua, me liberó de las esposas, me ayudó a levantarme de la cama, y me preguntó:

- Espero que no te hayas corrido, estás castigada.
- No, Señor, no me corrí.
- Perfecto, perra. Ya puedes vestirte y marcharte a casa. Mañana te llamaré.
- Sí, mi Señor. Gracias por mi alimento, Señor.



Un relato de la Bella Eugenia

Comentarios

  1. Eugenia, te noto orgullosa de tu condicion de sumisa, me encanta como eres, un saludo para el Profesor Domine de mi parte

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