La cabaña I. Una sumisa azotada en la sierra

La chimenea llevaba ya rato encendida, y el fuego había calentado de sobras la habitación. Incluso hacía calor. Afuera, la nieve se amontonaba alrededor de la cabaña, creando un clima navideño muy propicio.

Ella estaba a mi lado en el sofá, con su mano entre mis piernas, acariciando suavemente mi entrepierna mientras hablábamos. Seguíamos vestidos, pero el calor comenzaba a ser molesto.

- Perra, hace calor aquí. Ayúdame a sacarme ropa.

Sin decir nada, se arrodilló ante mí, y tras sacar mis zapatos, desabrochó el cinturón, y el botón, y sacó mis pantalones mientras yo hacía lo mismo con la camisa. Tras doblarlos como yo le había pedido, se quedó esperando mis instrucciones. Era obvio que deseaba servirme.

Yo me había quedado con mis calzoncillos, los calcetines, y la camiseta puesta. Tras mirarla, unos segundos, le hice el gesto para que volviera a mi lado, en el sofá. Ella obedeció, y se acurrucó otra vez a mi lado, para colocar otra vez su manita entre mis piernas.

Ella sabía que no podría masturbarme hasta que yo le ordenara, pero sí podía acariciarme sin más. El pantalón ya no molestaba, y ahora podría acariciar mi entrepierna con la única molestia del calzoncillo. Sus dedos se deslizaban acariciando suavemente mis huevos y mi polla.

Pasaba su dedo por mi glande, trazando un círculo alrededor de él, y provocando que aparecieran esas gotitas de lubricante que tanto gustan a mi perra. Como era lógico, esas gotitas estaban mojando el calzoncillo, y ella se entretenía extendiendo esas gotas por la punta de mi polla. De vez en cuando, después de acariciarlo, chupaba su dedo mientras me miraba fijamente, como pidiendo su leche.

Tras 30 minutos jugando tranquilamente a ese juego, mi polla estaba dura como una piedra, y mi perra estaba cachonda y caliente. La chimenea ayudaba también.

- Quien eres, mi niña ??
- Su sumisa, Profesor.
- Y quién más ??
- Su puta perra, Profesor.
- Y qué quieres de mí ??
- Su leche, Profesor.

Eran las mismas preguntas de siempre, con las mismas respuestas, pero en medio de la montaña, en una cabaña, con la chimenea encendida, y con nosotros dos sentados en el sofá, excitados, solo podría significar una cosa:

- Tráete el plug, perrita, las pinzas, y la fusta.

Salió lanzada a por sus juguetitos, y se colocó arrodillada ante mí con los 3 objetos. Sentado en el sofá, tenía delante a mi perra, arrodillada sobre la alfombra, ofreciéndome sus juguetes. Detrás de ella se veía la chimenea, caldeando el ambiente.

- Sácate la ropa, mi niña, y quédate solo con las braguitas y las medias, perra.

Tras dejar el plug, las pinzas y la fusta en el suelo, se desnudó delante de mí dejándose las braguitas puestas y las medias. En la alfombra, en posición nadu, esperaba mis instrucciones. Yo me incorporé un poco en el sofá, y comencé a acariciar sus pechos suavemente, acompañándolo esas caricias de algún pellizco en sus pezones, que sé que le encantan. Tras unos minutos jugando con sus pechos, coloqué las dos pinzas en sus pezones, y las apreté para que ella las sintiera bien. Dos gemidos me dejaron bien claro que las notaba.

- Sácame los calzoncillos, perra. Llevo rato con ellos y me molestan.

No necesitó que lo dijera dos veces, llevaba un buen rato deseándolo. Se acercó al sofá, y cuidadosamente fue sacando mis calzoncillos, liberando mi polla, dura y mojada. Esa polla que es su premio, su golosina.

Y se quedó allí, arrodillada, delante mío, con las pinzas en los pezones, y mirando rabo fijamente. De vez en cuando me miraba a la cara, como pidiendo permiso para lamer. Me encanta verla así, deseosa, con ganas de chupar. Después de la tercera miradita no pude evitarlo, y le dije:

- Chupa, perra, cómeme el rabo.

Sin decir nada más, ella se introdujo mi rabo en su boca, hasta el final. Lo deseaba, lo necesitaba, quería chupar. Comenzó metiéndosela hasta el fondo, y subiendo y bajando la cabeza como si no hubiera chupado en años. Tras un par de arcadas, y una indicación mía, suavizó sus acciones y comenzó a lamer con más calma.

Lentamente, podía sentir como su lengua recorría mi pene de arriba a abajo, incidiendo especialmente en el frenillo y en el glande. Sabe que no puede entretenerse demasiado ahí, o me correré rápido, y ella continuaba bajando suavemente hasta el escroto, donde se entretenía chupando mis pelotas... Tras un rato sintiendo como mi perra me lamía, me vinieron ganas de azotar su culo.

- Ya vale, perra, no quiero correrme todavía. - Pude escuchar un gemido de desaprobación por no poder seguir chupando, lo cual provocó una carcajada por mi parte. Era obvio que quería leche.

- Ponte a 4 patas, puta, voy a azotarte. Luego te dejaré que chupes una hora entera si así lo deseas.

La sonrisa volvió a su rostro de inmediato, y se colocó a 4 patas sobre la alfombra, delante de la chimenea. Era una maravillosa postal navideña, con mi puta perra a cuatro patitas delante de la chimenea. Para hacer una foto.

Las pinzas seguían haciendo su trabajo en sus pezones, y me entretuve en apretarlos un poquito. Entonces agarré el plug que había traído y tras escupir en el culo de la sumisa lo metí hasta el fondo. Un gemido salió de su boca...

- Quiero que cuentes los azotes de uno en uno, perrita...
- Sí, Señor.

"Zasss", el primer azote, con la mano, se oyó en toda la sala. Un gemido salió de su boca mientras comenzaba a contar: 1.
"Zasss", otro azote, en la otra nalga.
"Zasss, "Zasss", "Zasss"...
Los azotes se sucedían, alternando las nalgas, mientras ella seguía contando en voz alta: 10.

Suavemente, acaricié su culito de perra, y deslicé mi mano entre sus nalgas para acariciar también su coñito mojado. A continuación, moví con brío el plug en su culo, y continué con los azotes.

"Zasss, "Zasss", "Zasss"... Ella seguía contando y gimiendo. Los azotes se acumulaban y su culito comenzaba a estar caliente. Tras 20 azotes con la mano, volví a acariciar suavemente sus nalgas y su coñito y a mover de nuevo el plug. Ella andaba cachonda perdida, y muy mojada.

"Zasss, "Zasss", "Zasss"... Mi mano resonaba mientras ella intentaba no descontarse y aguantar los azotes. A medida que se acumulaban, el culo se iba poniendo más rojo, más caliente, y más irritado. Para calmar el escozor, nada mejor que unas caricias y mover de nuevo el juguetito que llevaba en su culo.

Tras 40 azotes con la mano, hasta yo tenía la mano roja ya. Era hora de cambiar. Me coloqué a su lado, y con la mano izquierda comencé a apretar las pinzas de sus pezones mientras hablaba con ella. Sus gemidos iban en aumento, y mi pene andaba tieso y mojado. Tocaba darle de comer a mi puta. Me coloqué delante suyo, y le di la orden:

- Chupa, perra. Como si no hubiera un mañana.

No lo dudó ni un momento, se lanzó y metió mi polla entera en su boca, hasta el fondo, y comenzó a chupar como si no fuera a poder comer en años. Yo estaba disfrutando, o sea que dejé mi polla en su boca, y la dejé chupar un rato...

Por lo que fuera, mi perra estaba especialmente cachonda. La chimenea la ponía romántica y hambrienta la vez. Y por lo que sea, yo también estaba romántico aquel día…

- Ya está, perra. En teoría faltan 60 azotes por darte, pero voy a darte elegir entre llevarte esos azotes o tomarte tu leche ya.

Y tras mirarme a la cara, puso esa sonrisa traviesa que solo ella sabe poner, y comenzó a comerme el rabo otra vez. Podía sentir como su lengua recorría mi glande de un lado para el otro, con calma, sin prisas, poniéndome más y mas caliente cada vez. Yo acariciaba la cabecita de mi perra mientras ella buscaba su premio.

De repente, se detuvo un momento, y tras mirarme, volvió a sonreírme maliciosamente.

- Serás puta…

Y sin decir nada, se lanzó sobre mi polla y comenzó a chupar con ganas, como si fueran a robarle su leche. Su lengua era agresiva, como cuando limpias a fondo, y sorbía con la boca con fuerza.

Yo andaba a punto de correrme ya, y su travesura me había excitado aún más, así que agarré su cabeza con las dos manos, y hundí mi polla hasta el fondo de su garganta cuando mi leche salió disparada, inundando su boca.

Como era de esperar, se atragantó con mi corrida. Mi semen se le escapaba por la comisura de los labios, pero no estaba dispuesta a perder ni una gota. Ella sabe que la leche del Profe no se desperdicia. Tras reponerse rápidamente, recogió hasta la última gota, y siguió lamiendo con ansias, para llevarse tu premio al completo.

- Bien, mi niña. Vamos al sofá otra vez.

Ella, obediente, se colocó de nuevo a mi ladito, con su culito rojo, el plug metido en su ano, las pinzas en los pezones, mi leche en el estómago, y desnuda completamente. Me miró, volvió a sonreír, y metió su mano entre mis piernas, para volver a acariciarme los huevos.

Yo la besé, y allí nos quedamos los dos, disfrutando del calor de la chimenea en una tarde de invierno. Teníamos toda la noche por delante.


No te pierdas la segunda parte de este relato: La Cabaña II. Jugando con cera y mi sumisa.

Comentarios

  1. Me inspiraste Amo, este fin de semana iré a la casa de Mía y tendre novedades para escribir tambien. Gracias por relatar tus experiencias, amigo.

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