La cabaña II. Jugando con cera y con mi sumisa.

Afuera continuaba nevando, y el fuego de la chimenea calentaba la habitación. Desde luego, había sido un acierto alquilar aquella cabaña. Mi perra continuaba a mi lado, acariciando mis huevos. Yo lo disfrutaba inmensamente, pero quería continuar nuestra sesión en una dirección diferente y estaba seguro de que ella disfrutaría: iba a pasar la tarde jugando con cera y con mi sumisa.

Le ordené que fuera a la maleta negra y me trajera dos velas y la venda para los ojos. También le pedí que me trajera una cerveza para irme refrescando.

Cuando regresó con los artículos, le dije que se desnudara completamente.

- "Quítate las bragas y las medias y colócalas en el suelo frente a la chimenea. Acuéstate con los brazos por encima de la cabeza y las piernas bien abiertas. Quiero ver cómo tu coño brilla a la luz del fuego.

Mientras se desnudaba, mi rabo iba endureciéndose cada vez vez más. Ella lo notó por el rabillo del ojo y le ordené que continuara. No le había dado permiso para detenerse.

Tomó sus medias y sus bragas y las colocó frente a la chimenea. Se tumbó sobre la alfombra, frente a la chimenea con las piernas abiertas y los brazos sobre la cabeza.

La escuché decir, "Estoy lista Profesor" y me levanté del sofá después de dar un sorbo a mi birra. Me acerqué a ella y me puse de pie sobre ella con mi polla alineada con su coño. Su anticipación la hizo llorar en un gemido, pero no me moví.

- "Mírame puta. No quites tu mirada de mí".

Su respiración se aceleró y estaba empezando a jadear.

- "Eres una perra sucia, ¿verdad?. Quieres que golpee con mi polla en tu coño mojado. Quieres que te destruya el culo, ¿no?...

Ella me miraba excitada. Podía notar como su entrepierna se mojaba mientras yo le hablaba.

- "No es hora de eso, perra. Aún no.”

Tomé la venda y me incliné para colocarla cubriendo sus hermosos ojos. Quería tenerla a oscuras, sin saber lo que iba a pasar.

Tomé sus bragas y se las metí en la boca. Ella comenzó a protestar y la abofeteé.

- "Soy tu Dueño, perra. Yo soy el Profesor, y tú eres una simple puta, ¿entiendes?"

Ella solo asintió cuando una lágrima cayó de su ojo izquierdo.

Tomé una de sus medias y até sus muñecas entre sí por encima de su cabeza. El sudor de su frente brillaba en el calor del momento y en el fuego que emanaba de la chimenea.

Estaba atada por las muñecas, ciega por la venda y no podía hablar con sus bragas en la boca. Ella nunca se vio más hermosa para mí.

- "Te encanta ser mi puta, ¿no?. Te encanta que te use y que seas mi pequeño juguete sexual".

Me arrodillé y puse sus piernas sobre mis hombros. Con su coño frente a mi cara, comencé a soplar lentamente. Suavemente comencé a lamer su clítoris y luego lamer ligeramente la abertura. Mi lengua se movía dentro y fuera de su coño con tanta precisión que comenzó a temblar.

Estaba gimiendo ligeramente y luego escuché un gruñido crecer profundamente en su garganta. Yo seguía a lo mio, y pude oir como sus gemidos iban en aumento.

No le había dado permiso para correrse, pero cuando lo hizo, sus piernas temblaron violentamente y su chorro me cubrió la cara.

Puse sus piernas nuevamente en el piso y llegué a su boca. Saqué las bragas y limpié mi cara con ellas y las coloqué nuevamente en su boca. La abofeteé dos veces.

- "Perra desobediente y sucia. Te has ganado un castigo que nunca olvidarás en tu vida. No te di permiso para correrte y ciertamente no te di permiso para chorrear sobre tu Profesor".

Sus bragas empapadas de sus jugos lujuriosos volvieron a su boca y pude escuchar cómo se arqueaba. Fue un ruido maravilloso. Yo gozaba viendo como el morbo la ahogaba.

Los jugos de su coño le chorreaban por los muslos y se acumulaban en la alfombra, frente a la chimenea. Su excitación y su ansiedad eran una mezcla para los dioses. Yo quería que se retorciera de dolor, ese era mi placer como su Maestro. Mientras tomaba otro trago, admiré mi posesión.

- "Perra, no te muevas. No importa lo que pase, debes confiar en que estoy haciendo esto para guiarte y enseñarte. Tu trabajo, tu prioridad es servirme a mí y a mí solo. Tu propósito es hacerme feliz, complacerme en todo".

Tomé una de las velas y la encendí con el fuego de la chimenea. El olor a cera inmediatamente se extendió por la habitación y supo en ese momento que pronto sentiría el calor de ese fuego en su cuerpo, ese instrumento de mi deseo y lujuria.

Me senté a su lado en el suelo, tomé la vela y comencé a gotear la cera sobre sus senos divinos. Hice pequeños círculos, asegurándome de cubrir cada pezón. Ella comenzó a gritar e intentó resistirse, pero la sujeté y le dije que se quedara callada. Quería que disfrutara el momento y supiera que ella era el objeto de mi afecto y cuidado. La cera comenzó a endurecerse y la sacudí con la punta de mi dedo.

Tomé las pinzas y las apreté en cada pezón, asegurándome de que el ardor de las pinzas y la cera fueran una en la misma.

Verla retorcerse de dolor fue más de lo que podía soportar. Mi pene estaba duro, erecto y necesitaba ser liberado. Apagué la vela y la puse a mi lado. Aún no había terminado con eso.

Liberé sus manos, la ayudé a ponerse de rodillas, y volví a atar sus muñecas, esta vez a la espalda.  Le quité las bragas mojadas de la boca y mientras se arrodillaba allí en completa adoración, le follé la boca con fuerza y pasión. Sus babas caían por el borde de sus labios, chorrando por sus pechos, hasta llegar a su coño. La follé y follé hasta llenar su boca de mi leche. La fuerza de mis embestidas fue tanto que casi se desmayó.

Tomé otro trago de mi cerveza, y pude ver como restos de mi semen caian por su barbilla. La desaté, y le ordené que aprovechara hasta la última gota de mi leche. Ella, sin ver, usó sus dedos para recoger ese semen y tragarlo.

- "Gracias, mi Señor".
- "De nada, sucia perra. Ponte a cuatro patas, no hemos acabado."

Ella obedeció, y se colocó a 4 patas tal y como le había ordenado. Volví a colocar sus bragas en la boca, para que no pudiera hablar, y tomé las dos velas, la que estaba encendida y la nueva, que encendí en ese instante. Quería jugar con las 2 velas.

Tras darle 4 azotes fuertes con la mano, quité el plug anal de su culo y lo reemplacé con una de las velas encendidas. Ella comenzó a gemir mientras yo la follaba por el culo con la vela. Con la otra, goteé cera sobre sus nalgas. Las sensaciones eran tan profundas y tan rápidas que no se dio cuenta de si el dolor que sentía provenía de la vela con la que la estaba follando o de la cera que decoraba su trasero.

Tras un rato follando su culito con una vela, y sintiendo como la cera caía sobre sus glúteos, mi zorra hermosa y obediente no podía dejar de gemir, a pesar de tener las braguitas en su boca. Yo sabía que quería correrse, así que le di permiso para llegar al orgasmo.

Cuando comenzó a convulsionarse, penetré su coño con 3 de mis dedos dentro de ella. Sus gemidos ahogados resonaron por toda la cabaña y los ángeles del cielo no pudieron haber escrito una canción más perfecta.

Se acostó allí, con cera en sus tetas, cera en su culo, su culo en llamas, y su coño convulsionándose.

Acabé la cerveza y tomé la fusta que había en el sofá. Sin decir ni pio, azoté 50 veces el culo de mi perra. Por el simple placer de azotarla, sin más. A una perra siempre se le azota para que sepa quién manda y ordena. Y ella, feliz y contenta. El dolor de la cera y el dolor de los azotes se combinaron para hacer la ofrenda perfecta para su Señor.

Una vez azotada, la desaté, le quité la venda de los ojos, las bragas de la boca, le ordené que se arrodillara para preguntarle:

- "Qué deseas más que nada en este mundo, perra?"
- "Solo servirle mi Señor. Solo eso."
- "Está bien, zorra. Pues abre la boca y traga"

Ella sabía de sobras lo que venía ahora. Me había tomado la cerveza entera, y su Amo tenía ganas de orinar. Obediente, abrió la boca, y esperó su cálido y dorado líquido. Yo me acerqué  y comencé a orinar directamente en su boca mientras la miraba. Ella tragaba todo lo que podía, pero era evidente que no podía, y mi pis calentito chorreaba y mojaba sus pechos y su vientre, camino de su coño.

Una vez acabé, le ofrecí mi rabo para que lo chupara un rato, mientras le acariciaba la cabeza.

- "Estoy satisfecho contigo, mi puta. Vamos a la ducha, voy a bañarte…"



No te pierdas la primera parte de este relato La Cabaña I. Una sumisa azotada en la sierra.

Una colaboración de Rebeca.

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