El cornudo sumiso, su mujer, y el Amo

 Se le notaba excitado y mojado. Sabía que su mujer iba a ser usada y disfrutada por otro hombre, por lo que él consideraba un buen macho, y estaba nervioso y excitado. Necesitaba ser humillado por aquel hombre, y delante de su mujer. No sabía el porqué, pero lo necesitaba.


Dos días antes había llegado a casa un paquete con dos objetos que le habían ordenado comprar, y que debía usar durante la cita. Una jaula de castidad para su polla diminuta y sin importancia, y un bonito disfraz de sirvienta, con su cofia, su faldita corta, su delantal, y sus medias. Una preciosa sirvienta.

Cuando los dos vieron el paquete se excitaron. Sabían que iba en serio y que iba a ocurrir. Ella ya había tenido sus escarceos, pero él nunca había estado presente, ni le habían humillado en directo. Y después de mucho hablar conmigo, él necesitaba esa sensación de humillarse ante un Dominante, y ante su mujer. Necesitaba ser un puto cornudo, sirviente y sumiso, y aceptar que su mujer era demasiada mujer para él. Simplemente, él no merecía disfrutar del cuerpo de su Señora, y ella necesitaba un auténtico hombre, Dominante, que la hiciera sentir su puta.

Tal y como yo había ordenado, cuando llegué a su casa él tenía puesta la jaula de castidad en su pollita ridícula y se había vestido con el traje de sirvienta. Ella se había arreglado especialmente para mí. Se había puesto una faldita corta y accesible, y un top ajustado, que marcara sus pechos. Había comprado un conjunto de lencería para la ocasión, que sabía que no podía usar con su marido.

Entré, le di un beso en los morros a ella mientras acariciaba su culo, y le dí la chaqueta a la sissy para que la guardara. Para eso está el servicio. Luego me senté en el sofá, delante de la TV, y ella se sentó a mi lado, muy mimosa. Colocó su mano en mi pierna, como pidiendo permiso para tocar más, y él se quedó mirando. Yo agarré su mano, y la coloqué sobre mi paquete, para que ella pudiera palpar mi polla.

- Tráeme una cerveza bien fría, cornudo.

Cuando volvió con mi cerveza, le di un primer trago, y le ordené a la mujer que se desnudara para mí. Sin dudarlo, se levantó y sacó su vestido, dejando ver un sujetador que dejaba libre sus pezones, un liguero precioso, y unas medias. Todo el conjunto era de color negro y de encaje, precioso. Lo que no llevaba eran braguitas, lo cual dejaba al aire su precioso conejo, depilado para la ocasión.

Me giré hacia su marido, y tras tomarme otro trago de cerveza, le pedí que levantara su faldita para ver su jaula de castidad. Obediente, hizo lo que le pedí, y me mostró esa preciosidad de juguete que su mujer le había ayudado a ponerse. Estaba excitado, se notaba. Su colita de chucho estaba atrapada dentro de esa jaula y no podría sacarla sin la llave que su mujer había guardado.

- Mi niña, ponle este plug en el culo al cornudo de su marido, y que se ponga un calzoncillo bien ajustado para que no se le caiga el plug.

Ella, obediente como su marido, colocó el plug que yo había traído en el culo de su maridito cornudo, y le buscó unos calzoncillos ajustados, que impidieran que el plug se saliera del culo. Quería que mi sirvienta sintiera su pollita impedida, y su culo follado mientras yo disfrutaba de su esposa.

Ella siempre había tenido inclinaciones sumisas, pero había descubierto que su marido era más sumiso que ella aún, con lo que los dos se vieron obligados a buscar un Dominante fuera de casa. Un Amo que los hiciera sentir sumisos a los dos, y cornudo a él. Ella quería servir y él quería ser un cornudo humillado.

- Bien, perra, ahora colócate entre mis piernas, bájame los pantalones, y lame mi verga mientras yo miro la TV.

La esposa, obediente y cachonda, se arrodilló ante mí, sacó mis pantalones y mis calzoncillos, que le dio a la sirvienta, y comenzó a lamer mi polla, con calma, mientras el cornudo miraba. Lentamente, y siguiendo siempre mis indicaciones, comenzó a chupar mis pelotas y mi rabo mientras yo tomaba mi cerveza y miraba la TV.

Evidentemente, ella sabía que debía tragar mi semen, aunque no lo había hecho nunca.

- Escuchadme los dos. Tú, cornudito, a partir de ahora, no le darás jamás tu semen a tu mujer. No tienes permiso para correrte sobre ella, ni en su boca, ni en su coño, ni en ningún lado, si no es por motivos meramente reproductivos, para tener un hijo. Y tú, puta, de ahora en adelante recibirás el semen que necesitas de mí. ¿Entendido?

El sucio perro cornudo afirmó con la cabeza mientras veía a su mujer lamiendo mi rabo. Sabía que yo iba a correrme en la boca de su esposa, cosa que él no había hecho nunca. Y sabía que ella iba a tragarse esa leche.

 

No tardó mucho en llegar la primera corrida, directa en su boca. Una abundante dosis de esperma inundó la boca de aquella perra, que tragó feliz y contenta. Ni siquiera lo pensó, era su primera leche, y no desperdició ni una gota. El cornudo miraba la escena a la vez que oía mis gemidos. Su amada esposa estaba disfrutando el esperma de otro hombre, Dominante, y eso le hacía sentir como un puto cornudo sumiso.

- Levántate la faldita, cornudo vicioso. Seguro que tienes mojada la colita.

Evidentemente, el calzoncillo ya estaba mojado. El vicioso pervertido se mojaba entero viendo a su Señora haciéndole a un desconocido lo que nunca le había hecho a ella. Después de hacer su trabajo, y de descansar un rato, les pedí a los dos que se pusieran a 4 patas, sobre el sofá. Tras mirarse entre ellos y tener que repetirlo una segunda vez, obedecieron y se pusieron los dos a 4 patas sobre el sofá.

Yo me acerqué un momento a la cocina, y volví con una cuchara de madera que había encontrado y otra cerveza helada.

- No os mováis de ahí, perros, voy a azotaros.

Y usando la cuchara de madera, comencé a azotarlos a los dos, primero en una nalga y luego en la otra, y primero a uno, y luego al otro. Con él tuve que vigilar, porque tenía el plug metido en el culo y no sabía si podía hacerle daño. Ya que estábamos, aproveché para mover un poquito ese plug, follando aún más su culo. Cada azote generaba un gemido en alguno de los dos perros, lo cual excitaba también al otro. Ninguno de los dos había sido azotado antes y aquella era su primera experiencia de ese tipo. Por ese motivo, decidí no pasar de los 50 azotes a cada uno, y de intensidad media. Lo suficiente como para que se sintieran sumisos los dos. Mientras tanto, yo seguía disfrutando con mi cerveza.

Al acabar los azotes, tenían los dos el culo rojo y caliente, justo como yo quería. Pedí al cornudo que se arrodillara en el suelo, justo al lado del culo de su amada, para poder ver perfectamente como yo me follaba a su mujer. Su cabeza quedaba justo a la altura de su trasero y de mi polla, de manera que él podría ver como mi rabo penetraba una y otra vez en el coñito mojado de su esposa, y en su culo, sin perder detalle. Estaba tan cerca que incluso podía escuchar como la penetraba, y podría olerlo. En primera fila.
   


Sin esperar más, metí mi rabo en el coño de la perra, y comencé a follarla. Tras unos empujones, en los que ella gemía de placer, saqué mi rabo, bien empapado con sus jugos vaginales, y la coloqué justo delante de la cara del cornudo.

- Huele mi polla, cornudo. ¿Sabes a qué huele?.  Huele a coño, chucho, a coño de tu mujer, la que yo me estoy follando. Huele ¡¡

Tímido y nervioso, acercó su nariz a mi polla para olfatearla. Efectivamente, olía a coño. A coño de su amada esposa. Conocía bien ese olor. Se sintió humillado y cachondo, a partes iguales. De nuevo, volví a introducir mi rabo en el conejo de su mujer, y comencé a follarla sin piedad, mientras ella gemía y él miraba. Estaba tan cachonda, que no tardó mucho en correrse. Sus gemidos sonaban a gloria, y fuertes.  Saqué mi polla de nuevo, dura, y empapada, y le ordené que olfateara otra vez.

- Huele otra vez, cornudo. Tu mujer disfruta conmigo.

Esta vez, sujeté su cabeza, y restregué mi rabo por su cara, para que los jugos vaginales de su amada esposa quedaran impregnados en su cara. Era humillante para él, pero no podía decir que no, necesitaba obedecer y servir. Tras mirarle a los ojos unos segundos, pude notar que quería más. Necesitaba humillarse más, ser más perro, más cornudo, más servicial.

Yo volví a meter mi polla en el coño de su mujer, y tras 4 o 5 empujones, volví a sacarla bien mojada.

- Abre la boca, esclavo. Vas a saborear una buena polla con sabor al conejo de tu mujer.

Tras mirarme 2 segundos, abrió la boca, y se ofreció a mamar su primera polla. No lo había hecho nunca, pero tenía más hambre de la que nunca se habría imaginado. Repasó mi rabo con su lengua y sus labios hasta que no quedó ni una gota de la esencia de ella. Y tras felicitarlo con un 'Muy bien, perro cornudo', retiré mi miembro de su boca para volver a follarme a su señora.

Tocaba correrse, y comencé a follarla otra vez, con más ganas que antes, buscando llenar su coño de leche, justo donde el cornudo no podría hacerlo. La agarré del pelo con fuerza, y empecé a montarla violentamente, como si fuera una yegua, buscando llegar al orgasmo. La perra no tardó demasiado en volver a correrse, envuelta en gemidos aún más fuertes que los anteriores. La sissy, callada y mojada, se limitaba a mirar completamente excitada. Al final, después de montar repetidamente a aquella puta, llegué al orgasmo. Un rio de esperma inundó su coño, mientras ella no paraba de gemir y de retorcerse.

Después de descansar unos segundos, saqué mi polla, aún dura, y se la ofrecí al chucho para que la lamiera un poco.

- Lame, chucho. Déjala bien limpia. Ahí tendrás tu primer semen, acompañado de los jugos de tu mujer.

Sin esperar ni un segundo, el perro se lanzó a chuparme el rabo hasta dejarlo seco y sin ninguna gota, completamente reluciente. Mamaba como si llevara toda su vida deseándolo, como si fuera la última vez que iba a comerse una polla. Yo agarré la cerveza, y me bebí lo poco que quedaba, mientras él disfrutaba lamiendo.

- Tranquilo, esclavo. Si quieres más semen, está todo en el coño de tu esposa. Separa sus labios vaginales, y hunde tu lengua hasta el fondo, buscando mi esperma. Saboréalo, chucho.

Obediente, se colocó detrás de su amada, y comenzó a lamerla con más ganas que nunca. Ya lo había hecho antes, pero ahora era distinto. Ahora buscaba mi esperma, mi semen, mi delicioso néctar. Yo me puse el calzoncillo, y la camiseta, mientras miraba a mis nuevos perritos falderos, y me di cuenta de que las dos birras que me había bebido empezaban a empujar. Me estaba meando, y creo que ese podía ser el toque final a una tarde-noche de las buenas.

- Venid aquí los dos, perros. Me estoy meando y quiero hacerlo sobre vosotros.

Ya había hablado sobre el tema con ella, e imagino que ella habría hablado con él. Ella me había pedido específicamente que no le meara en la cara, lo cual no era un problema. Se dirigieron los dos al baño, y se arrodillaron en la ducha, uno al lado del otro. Volví a bajar mi calzoncillo, y a sacar mi polla, y comencé a orinar sobre el pechos de los dos. Un rio de pis, calentito y amarillento, salía de la punta de mi polla para caer sobre aquellos dos perros sumisos. Pude sentir como se excitaban los dos. Al acabar, los dos se sentían usados y sucios, y tremendamente humillados. Pero se sentían felices y realizados.

- Está bien, perros. Ducharos los dos, arreglaros y poned la mesa. Tengo ganas de cenar...

Tras mirarlos a los dos otra vez, pude darme cuenta de que, en el fondo, quien más había disfrutado de todo aquello era el puto perro cornudo y sumiso. La humillación que había sufrido/disfrutado era triple. Él había ejercido de sissy, vestida con su trajecito de sirvienta, con el culo follado y una jaula de castidad. Su mujer había visto en directo como él era un cornudo sumiso y travestido. Y otro hombre había entrado en su casa, para tomarse su cerveza, ver su tv, comerse su comida, y follarse a su mujer delante de él.

Humillado y re-humillado. Feliz como nunca.

Comentarios