El Amo, la perra, y el perro. Una sesión a 3 bandas.

Aquella iba a ser una sesión especial, diferente. Ninguno de mi dos sumisos había servido nunca a su Amo con la ayuda de otro perro. Raúl había participado en una sesión en la que también había una curiosa, pero nunca había tenido la oportunidad de servirme a la vez junto a otra sumisa. Arya ni siquiera lo había hecho en presencia de otra persona. Evidentemente, eso les hacía estar nerviosos y excitados. 

Nada más entrar en la habitación, les pedí a los dos que se arrodillaran vestidos, sin sacarse la ropa. Hablé con ellos un rato, para tratar de calmarlos, y saqué mi polla para que los dos pudieran olfatear. Yo me había pedido una cerveza bien fría para mí, y comencé con un buen trago.

Mientras les explicaba como iba a ir la sesión, les pedí que me fueran desnudando. Primero los zapatos y los calcetines, luego los pantalones, y por fin mi calzoncillo. Sujeté sus cabezas con mi mano, y las acerqué al máximo a mis huevos y mi polla, para frotar sus rostros con mis pelotas. Es algo que siempre hago con ellos, pero que nunca había hecho con los dos a la vez.

Una vez sus fosas nasales se habían impregnado con mi olor sexual, les pedí que se desnudaran los dos, cosa que hicieron sin demora. Se les notaba aún nerviosos, y era momento de empezar a jugar con ellos. 

- Empezad a mamar, perritos. Mientras uno chupe el glande, la otra puede lamer la base o los huevos. Yo iré metiendo el glande en la boca de uno o de la otra, de manera ordenada.

Dicho y hecho, los dos comenzaron a chupar a la vez mi polla. Yo metía la puntita de mi rabo en la boca de mi perra, y mi chucho lamía el tronco de mi polla, o mis pelotas. Luego cambiaba de boca, y metía mi hermoso glande en la boca de mi perro tragón. Yo seguí dándoles instrucciones, y tratando de que se excitaran y perdieran la vergüenza. 

De vez en cuando daba un nuevo trago a mi cerveza.

Después de un rato lamiendo, yo estaba a punto de estallar, y decidí cambiar de postura. No me gusta correrme tan pronto. Me dí media vuelta y le ordené a mi chucho que lamiera mi culo, para dejarlo bien limpio. Él, obediente, separó mis nalgas, y hundió su cabeza entre ellas para estimular mi ano con su lengua. Arya no perdía detalle del momento. 

De vez en cuando le pedía a mi niña que recogiera alguna de las gotitas que salían de mi polla por mi excitación. Ella, feliz y contenta, recogía esas gotas con la mano y las lamía. A la vez, acariciaba mis pelotas con su otra mano.

Después de un rato saciando a mi perro lameculos, cambié de posición y le ofrecí mi ano a mi perrita. Ella también necesita culo. Igual que el perro, separó mis nalgas, y metió su cabeza entre ellas para lamer mi ano mientras mi perro masajeaba mis pelotas. Cada X rato, recogía las gotitas de excitación que brotaban de mi polla, y las chupaba.

(Quiero aclarar que la manera de lamer el culo de mis dos perros es diferente. Ni mejor, ni peor, pero diferente. Arya tiene una lengua más ancha, y Raúl tiene una lengua más fina y alargada)

Tras un buen rato en que mis dos lameculos estimulaban mi ano y mis pelotas, se merecían los dos un buen chorro de esperma, calentito, y nutritivo. Yo tenía ganas de correrme, y quería que compartieran mi semen por primera vez. 

Me di la vuelta, y tras acabarme la cerveza, les di unas instrucciones muy claras a mis sumisos:

- Ahora vais a lamer, perros. No quiero que chupéis, no quiero que ninguno de los dos se meta la polla en la boca para mamar. Mi leche es para los dos y debéis compartirla. La única manera de hacerlo es sacando la lengua fuera, y lamiendo el glande hasta que me corra.

Tal y como había ordenado, los dos juntaron sus cabezas, que yo sujetaba, y con la lengua fuera comenzaron a lamer mi glande, como si fueran 2 cachorritos, tomándose su leche del platito.

Ni que decir tiene que la vergüenza inicial había desaparecido por completo. Nada como poner a dos personas a lamer una misma polla, para que desaparezcan los prejuicios y la vergüenza. 

Yo estaba tan cachondo y tan caliente que no tardé demasiado en eyacular. Mi leche brotaba de mi glande camino de las lenguas de mis sumisos, que lamian como 2 auténticos perritos, buscando su alimento. Mis gemidos y mi respiración se aceleraron fruto de la excitación y del orgasmo, lo cual calentó más a mis chuchos, que no dejaron de lamer hasta que yo se lo ordené. Los viciosos se relamían de placer, como si se hubieran quedado con ganas de más…

Ya más relajado, después de un par de minutos descansando y felicitándoles por su trabajo, les pedí que fueran a la ducha. La cerveza había hecho efecto, y mientras ellos me servían, yo había ido creando una deliciosa cervecita artesanal caliente.

 Les ordené que se arrodillaran juntos en la ducha, y que me miraran. Evidentemente, los dos sabían lo que iba a pasar porque ya lo habían vivido antes, aunque en solitario. Arya ya había sido orinada varias veces, en sus tetas, y Raúl ya aceptaba mi orina en su boca desde hacía un par de años.

- ¿Quién eres?

- Su perro/a

- ¿Quién más?

- Su puta/chucho vicioso

- ¿Qué quieres?

- Su semen

- ¿Qué más?

- Su orina

Y sin mediar ni media palabra más, comencé a mear sobre mis dos chuchos. Primero en las tetas de mi perra, y luego en la boca de mi perro. Me había pasado un par de horas aguantando la orina, para acumularla, y me acababa de tomar un cerveza, o sea que la meada iba a ser importante. 

Arya nunca había visto en directo como meaba en la boca de un sumiso, y eso le causó impresión y excitación. Como siempre que meo sobre mi sumiso, mi pis amarillento y maloliente llenaba su boca, y caía por su pecho hasta empapar su colita de chucho contento. Se notaba que estaba excitado y cachondo. El Amo le estaba regalando una deliciosa cervecita caliente.

Pero no podía destinar todo mi pis a uno solo de mis perros. Arya también necesita ser meada. Raúl, que desde el principio estaba muy gratamente sorprendido por el volumen de los pechos de mi niñita, no podía evitar mirar como meaba sobre aquellas tetas, y como mi orina caía por su cuerpo hasta mojar su coño.

Excitados, meados, humillados y felices, los dos agradecieron mi regalo en forma de lluvia dorada. Se levantaron, se lavaron un poco para no ensuciar nada con mi orina, y volvimos a la habitación. La diversión aún no había acabado, y debían servir al Amo.

Ahora tocaba azotarlos un poco, pero yo quería que aquella sesión de Spanking fuera distinta. Quería que vieran en primera persona como cambia el color de las nalgas dependiendo de donde pegas y cómo. Quería que vieran lo que yo veo cuando les azoto. Y como evidentemente no pueden verlo cuando les azoto a ellos, lo mejor era que lo vieran mientras azotaba al otro.


Ordené a Raúl que se pusiera a cuatro patas sobre la cama, y le pedí a Arya que se colocara a mi lado, para ver como azotaba al chucho. Coloqué su mano sobre mi polla, para que la acariciara, y comencé a explicarle porqué azotaba de una manera u otra, o porqué alternaba las nalgas. 

Raúl iba contando los azotes, en voz alta, y escuchaba como le explicaba a mi sumisa lo que hacía. Los glúteos de mi perro se iban poniendo rojos, y sus gemidos se podían oír con claridad. 

De vez en cuando me colocaba delante de la cabeza de Raúl para ofrecerle mi polla y que pudiera saborearla un rato. El muy vicioso estaba excitado perdido, y su sucia colita de chucho no paraba de gotear. El hecho de que Arya estuviera viendo todo aquello le hacía sentir aún más usado y más perro. El saber que yo le estaba explicando todo aquello a Arya le hacía sentirse más utilizado y más mío, como si él fuera una herramienta más de un laboratorio universitario, que yo usaba para formar a mi alumna.

Igualmente, Arya estaba cachonda completamente. Aquella clase de Spanking la tenía excitada, y la fuerza con la que yo azotaba, y el ruido que generaban mis azotes la excitaban aún más. A medida que ella acariciaba mi polla, aparecían las típicas gotitas de líquido preseminal que ella recogía y lamía feliz.

Curiosamente, cuanto más azotaba, más chorreaba la colita de mi pervertido sumiso. Mi idea inicial era llegar a los 120 azotes, y si podía, a los 150. Y así fue, llegué a los 150 azotes, a los que añadí uno de regalo. Pero el pervertido de Raúl estaba tan excitado, que cuando le di ese de regalo, me pidió 9 más para ‘redondear’ a 160. Será jodío…

(El día siguiente me confesó que se había puesto tan cachondo, que rezaba para llegar a los 175 o 200) 

Después de descansar un par de minutos, me senté en la cama, al borde, y le dije a mi perra que quería teta. Ella vino a mí, y colocó uno de sus pezones en mi boca, para que yo pudiera chuparlo. Mamé un par de minutos, como si fuera a sacar leche, y repetí la misma jugada con el otro pezón. El pervertido de mi sumiso no perdía detalle.

Cuando ya tuve cachonda a mi perrita, tocó la hora de azotarla, ahora le tocaba a ella llevarse esos azotes. Intercambiaron la posición, y fue mi ella quien se puso a 4 patitas en la cama, con sus hermosas ubres colgando y su generoso culo en pompa. Raúl podía ver el cuerpo de mi perra mientras acariciaba mi polla.

(para aclarar algo, debo explicar que mi perro tiene unos glúteos delgados y firmes, producto de las horas andando en su trabajo, y que mi perra tiene un culo bastante más generoso y blanquito, precioso, en el que los azotes se marcan mucho más)

Al igual que con mi perro, Arya comenzó a contar los azotes, mientras le explicaba a Raúl dónde y cómo azotaba, y el porqué. Los azotes se marcaban mucho más en los glúteos de Arya, y también le dolían más. Tanto, que decidí no pasar de los 50. Sus dos nalgas ya estaban rojas, y había alguna zona en la que se intuía que habría moratones al día siguiente. Tengo muy claro que el aguante de Raúl en cuanto a azotes es bastante mayor que el de Arya. 

Al igual que antes, había ofrecido a mi niña saborear mi polla un ratito, y mi perro había recogido las gotitas de líquido preseminal que aparecían en la punta de mi glande. Si vas a tener a los dos sumisos en la misma habitación, hay que lograr que los dos vayan cachondos durante toda la sesión.

Bueno, pues ya tenía a mis dos perros azotados, con 160 y 50 azotes, alimentados con esperma, y meados. Se iba acabando el tiempo, y yo quería hacer un par de cosas con ellos antes de irnos, así que me senté en el sofá y le pedí a mi perra que se colocara a 4 patas en el suelo, como si fuera una linda perrita, para mamar mi polla. Raúl permaneció de pie mirando la escena y escuchándome.

- Mira como chupa, perro, como busca su leche. Observa sus tetas colgando y su culito en pompa. Está buena, ¿eh?

- Sí, Señor, está muy buena.

- Es una buena perra, le encanta mamar y es obediente y servicial como tú. Luego me follaré sus ubres para que puedas verlo.

- Vale, Señor.

Aquella charla buscaba dos cosas muy simples: provocar y excitar a mi perro, y conseguir que mi perra se sintiera la más puta del mundo. Hablaba con mi perro de ella, de su coño, de su culo, de sus tetas, y lo hacía de manera que ella podía oírme perfectamente. Eso le excitaba aún más, y le hacía sentir más perra y más humillada.

Tras jugar a ese juego un rato más, le pedí que se sentara en el borde de la cama, de manera que sus tetas quedaran a la altura de mi rabo. Las separé, y tras poner un poquito de lubricante coloqué mi polla entre ellas para follarlas. Ordené otra vez a Raúl que mirara y me acariciara los huevos.

Lentamente, pero sin pausa, comencé a bombear arriba y abajo, follando las ubres de mi perra, mientras ella me miraba. A medida que yo iba moviéndome, mis sumisos podían oír mis gemidos. De vez en cuando paraba y permitía a mi perro estimular mis pelotas.

Al final, después de unos 5 minutos, no pude más y me corrí a gusto. Un buen chorro de semen llenó las tetas de mi perra ante los ojos de Raúl. Los dos disfrutaron viendo y oyendo mi orgasmo.

Lo más gracioso fue que cuando saqué mi polla de las tetas de Arya, Raúl se lanzó a limpiar mi herramienta con la boca, para llevarse hasta la última gota. Directamente, se le olvidó pedir permiso y lamió sin más. Puto pervertido vicioso…

En ese momento llevábamos ya 2 horas de sesión y tocaba marchar, no teníamos más tiempo. Envié a Raúl a la ducha (no cabíamos los 3), y luego nos duchamos mi niña y yo. 

Al salir, mi perro nos esperaba toalla en mano para secarme.

Aquella fue una gran sesión, en la que hicimos cosas nuevas y morbosas.

Comentarios

  1. Gracias por el relato, es muy excitante y dan ganas de pertenecer a alguien como usted.

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